Encuentro. Madrid (2007). 237 págs. 24 €.
El escritor chileno Jaime Antúnez sabe que Fukuyama y Vattimo han decretado la muerte de la filosofía de la historia, pero no se arredra ante la notoriedad de esos personajes y expone, sin complejo de inferioridad y sin siquiera entrar en discusión, la filosofía de la historia de uno de los pensadores más potentes y de clara raigambre cristiana del siglo XX.
Se abre el libro con un capítulo sobre la personalidad de Dawson, heredero de Newman y del movimiento de Oxford, para continuar con un diálogo a tres bandas con los otros dos grandes pensadores sobradamente conocidos de la filosofía de la historia: Toynbee y Spengler.
El autor indica que su hilo argumental discurre desde la escatología intramundana a una concepción abierta de la historia. Ese hilo se teje en el diálogo que se construye entre Dawson y otras voces clásicas. La primera es la de Maritain, defensor de la realidad de la filosofía de la historia. A continuación, aparecen los principales conceptos que integran el pensamiento de Christopher Dawson como la metahistoria y la concepción de la historia «sub specie aeternitatis», que se exponen a partir del diálogo con San Agustín. El siguiente interlocutor es Le Play, y desde él la reflexión se dirige a la sociología de la religión y a los elementos primarios de la cultura, donde T.S. Eliot tiene mucho que decir.
Al acabar el libro se comprueba que Antúnez nos ha llevado suavemente por los grandes temas clásicos de la filosofía de la historia, tratados desde una perspectiva cristiana que no intenta justificar, sino que da por sentada. También se nota que el autor no tiene especial interés en las últimas investigaciones, sino en adentrarse en esta filosofía de la historia que comparte totalmente.
Se echa en falta una estructura algo más clara y explícita en el libro que ofrezca conclusiones, abra y cierre temas o argumente de modo más nítido. La lectura de este ensayo deja una sensación de deslizamiento por visiones omniabarcantes de la historia y concepciones filosóficas de gran calado, pero no acabamos de encontrar afirmaciones del autor que deslinden conceptos en vez de aglutinarlos.
Patricia Morodo