Lo decisivo para el futuro de una sociedad es la educación. Por eso, quienes vivimos con preocupación la actual deriva de la enseñanza tenemos en Florecer una lectura obligada. En su brevedad, consigue ir a lo esencial y formular una propuesta concreta, sin perder tiempo en estériles lamentaciones sobre los males que nos aquejan. Estamos ante un libro luminoso, probablemente por partir de la convicción de que es necesario “educar en la esperanza”.
Este ensayo sobre la formación en la familia y la escuela ha sido oportunamente escrito por un padre (Daniel Capó) y un educador (Carlos Granados). Cada uno se ha hecho cargo de una de las dos partes de la obra: “Donde se hace la luz”, que recoge en tono intimista los miedos e ilusiones de la tarea formativa de un padre con sus hijos; y “El ‘florecimiento’ de la persona como clave de la educación”, donde se propone un atractivo programa de educación en virtudes para las escuelas. La clara diferencia de estilo no entorpece la lectura, sino que logra un efecto performativo: Granados argumenta que la educación debe ser narrativa, y las bellas historias que Capó nos regala permiten al lector experimentar su poder educativo y, por tanto, transformador. El libro mueve a la acción.
En Florecer se presenta una concepción educativa donde lo importante es, ante todo, preparar a los jóvenes para la vida, es decir, para el florecimiento. Los autores traducen literalmente el término inglés flourishing, que tan bien expresa en esa lengua el ideal de una vida plena, lograda. La obra bebe de fuentes aristotélicas, entre las que destacan autores contemporáneos como Alasdair MacIntyre y Kristján Kristjánsson. Intelectualmente se sitúa, por tanto, en el marco del Jubilee Centre for Character and Virtues de la Universidad de Birmingham y ofrece útiles referencias para quien desee introducirse en esa línea de pensamiento, tan fecunda.
Late en todas las páginas una confianza plena en la capacidad del ser humano para alcanzar la grandeza, luchar por la gloria y aspirar a la excelencia. Los recelos que estos ideales despiertan en muchos contemporáneos por sus connotaciones individualistas o elitistas se deberían disipar enseguida. Estas páginas muestran simplemente la vigencia de la concepción liberal o clásica en educación, de Aristóteles a Tomás de Aquino y Newman. “Excelencia no significa ser mejor que otros, sino, más bien, ser mejor que uno mismo, alcanzar la cota de grandeza a mí destinada”, aclara Granados.
Los autores recalcan que la educación no puede limitarse a “satisfacer” los deseos de los alumnos (como sucede cuando el florecimiento se entiende meramente como bienestar psicológico), sino que es necesario “transformarlos”. Se trata de transformar el corazón, para que no se busque a sí mismo, sino que se convierta en “humus, tierra fértil, húmeda, entregada”, capaz de engendrar vida, para uno mismo y quienes le acompañan. Por ello, se propone una educación en la belleza, especialmente a través de la lectura. Nutrir la imaginación de los jóvenes con las grandes gestas y creaciones de la humanidad contribuirá a despertar en ellos ese amor a la vida que, al decir de Natalia Ginzburg (otra de las voces destacadas en el libro), los capacite para engendrar vida.
Un comentario
maravilloso, prometedor