Cuando queremos explicarnos el éxito de los fuera de serie -ya sean magnates de los negocios o estrellas del rock-, tendemos a fijarnos en cómo son: su personalidad, su inteligencia, sus talentos, su modo de vida… sobre todo si se han abierto camino empezando desde abajo. Malcolm Gladwell, escritor y periodista del New Yorker, nos sugiere otra perspectiva: preguntarnos de dónde proceden, cuál fue su ambiente familiar, su herencia cultural, las oportunidades que se abrieron para su generación.
“Estamos tan seducidos por los mitos del mejor y del más brillante y el hombre hecho a sí mismo, que creemos que los fueras de serie brotan de la tierra tan naturalmente como los manantiales”. Para desmentir esto, Gladwell parte siempre de una historia real, explora las condiciones en que se forja una trayectoria de éxito, y a partir de ahí saca unas consecuencias generalizables.
“Nuestros fueras de serie se caracterizan por haber disfrutado de oportunidades… y haber tenido la fuerza y el ánimo de aprovecharlas”. Nos admiramos del éxito empresarial de Bill Gates; pero no podemos olvidar que en 1968, a los trece años, tuvo la suerte de usar ilimitadamente una terminal con conexión directa a un ordenador central en Seattle, en una época en que ni siquiera las universidades disponían de clubs informáticos.
Junto a las oportunidades y el talento hace falta trabajo. Los que llegan a la cumbre han trabajado mucho más que la media. Cuando dos músicos tienen la capacidad suficiente para ingresar en una escuela superior de música, lo que distingue a un intérprete virtuoso de otro mediano es el esfuerzo que cada uno dedica a practicar. Es lo que Gladwell llama la “regla de las 10.000 horas”, el umbral a partir del cual uno puede entrar en la excelencia.
Pero ¿por qué una persona decide dedicarse con tal intensidad a su trabajo? Hace falta que sea un trabajo con sentido, lo que para el autor se resume en tres exigencias: autonomía para realizarlo, una complejidad que desafíe nuestra capacidad y una relación perceptible entre esfuerzo y recompensa.
Esa capacidad de trabajo hunde sus raíces también en la herencia cultural. Gladwell lo aplica a la superioridad asiática en matemáticas, poniéndolo en relación con la “cultura del arrozal”. Así como el mantenimiento de un arrozal asiático exige un trabajo diario y una vigilancia continua, también los estudiantes asiáticos tienen muchos más días lectivos (240 días al año en Japón frente a 180 en EE.UU.), con lo que disponen de más tiempo para aprender y de menos vacaciones para olvidar. Y no es una casualidad que los países cuyos alumnos tienen mejores resultados en matemáticas (Singapur, Corea del Sur, China, Hong Kong, Japón) correspondan a culturas nacionales que hacen hincapié en el esfuerzo y el trabajo duro.
Gladwell no pretende obtener leyes indiscutibles de sus análisis. Pero tiene una rara habilidad para apoyar sus tesis en la observación periodística, los datos de estudios científicos y las biografías de los personajes de éxito escogidos. Y sabe combinarlo de un modo ameno y brillante.