El proceso a Galileo es uno de esos episodios históricos abundantemente citados y mal conocidos. Al haberse convertido en el caso emblemático de una supuesta oposición entre ciencia y fe, durante mucho tiempo prevaleció una imagen de los acontecimientos convertida en arma arrojadiza. Pero el mejor homenaje al creador del método experimental es atenerse a esa exigencia que pide no afirmar más de lo que se puede demostrar con rigor, sin que las ideas preconcebidas violenten los datos.
A este criterio se han atenido escrupulosamente los autores del libro Galileo en Roma, donde pretenden exponer las complejas relaciones entre Galileo y las autoridades de la Iglesia. William Shea, profesor de Historia de la Ciencia de la Universidad Louis Pasteur de Estrasburgo, y Mariano Artigas, físico y profesor de Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Navarra, centran su esfuerzo en exponer los hechos y en situarlos en su contexto histórico, para que el lector pueda responder por sí mismo a las preguntas que suele suscitar el proceso. «Hemos comprobado cuidadosamente -afirman- hasta los detalles más pequeños, y hemos podido corregir inexactitudes que se encuentran incluso en los mejores escritos sobre el tema».
El libro se estructura en seis capítulos, que corresponden a las seis visitas -unos 500 días- que Galileo realizó a Roma: desde el primer viaje en 1587 cuando era un joven de 23 años en busca de un empleo, hasta el dramático sexto viaje en 1633 para ser juzgado ante el Tribunal del Santo Oficio. Cuando hizo la segunda visita a Roma en 1611, Galileo era ya autor de descubrimientos astronómicos que le habían hecho famoso en toda Europa. Pero era sobre todo en Roma donde le interesaba lograr aprobación. Y de entrada fue acogido con todos los honores, y pudo reunirse con el Papa, con literatos y científicos, con eclesiásticos de alto rango. Galileo quería ganar respaldo en Roma para el heliocentrismo, según las tesis de Copérnico que arrumbaban la filosofía natural de Aristóteles. Encontró apoyos, pero también recelos; a veces no le entendieron, y otras se explicó mal; su orgullo favoreció roces personales y la envidia de otros hizo el resto.
Seis viajes y una tempestad
El libro cuenta las circunstancias de esos viajes de Galileo a Roma, sus relaciones allí, sus iniciativas y las reacciones que suscita, hasta ver cómo la excelente acogida inicial se va cubriendo de nubes para concluir en la tempestad del proceso. Se observa cómo los jueces de Galileo, incapaces de separar la fe de una cosmología milenaria, se aferran a una interpretación literal de la Biblia; mientras que el sabio florentino, aun defendiendo una verdad científica y un criterio más perspicaz de interpretación de la Escritura, aduce como argumentos irrefutables del copernicanismo pruebas que no eran concluyentes.
Los datos históricos demuestran también que la humillante abjuración formal que hubo de sufrir Galileo no fue acentuada por ninguna violencia física. Los tópicos que suelen repetirse sobre «los malos tratos» y la «tortura» en las «cárceles de la Inquisición», e incluso la «histórica» frase Eppur si muove, no tienen ningún respaldo histórico. Los pocos días que pasó en el Vaticano durante el proceso no estuvo en la prisión, sino en un confortable apartamento que el notario le había dejado libre, adonde le llevaban la comida preparada por el cocinero de la embajada de Toscana. Después de su condena no fue encarcelado, sino puesto bajo arresto domiciliario, primero en la Villa Medici de Roma, luego en el palacio del arzobispo de Siena que le quería bien y finalmente en su propia casa de Florencia, donde recibía a otros científicos y donde pudo continuar sus investigaciones. La condena amargó los últimos años de su vida, pero no le impidió seguir siendo tan creyente como antes.
Todas estas vicisitudes las explican Shea y Artigas, dejando hablar a los hechos, recogidos con todo detalle. El libro no tiene notas a pie de página, pero se basa en documentos de primera mano que se citan al final por capítulos. La exposición puede resultar demasiado exhaustiva para quien busque un texto más divulgativo. Pero, habida cuenta de los prejuicios que han desfigurado este caso, no está de más el rigor histórico