No deja de resultar irónico -aunque también preocupante- que en la famosa colección de las “guías políticamente incorrectas” haya tenido que incluirse una defensa de la civilización occidental y una explicación -sucinta, pero suficiente- de sus principales logros históricos. El hecho de que cada vez sean menos quienes conocen su historia pudiera estar relacionado, sin embargo, con el fenómeno que ha sabido analizar Pascal Bruckner: a saber, la tendencia de Occidente a avergonzarse de su propia cultura, como si el señalar lo que no son más que logros de la civilización occidental constituyera un sangrante agravio comparativo.
En este sentido, los discursos en torno a la pluralidad de las culturas y a la imposibilidad de un análisis comparado entre ellas fueron decisivos para desvincularlas de la verdad y promover cierto relativismo. A partir de entonces y por fuerza de las modas de la posmodernidad, resulta más distintivo y “moderno”, por ejemplo, elogiar la religiosidad oriental que hacer lo propio con el cristianismo. O estudiar filosofía hindú que a Kant o a Aristóteles.
Ahora bien la Guía políticamente incorrecta de la civilización occidental es simplemente una defensa de lo que somos en Occidente, de los principales hitos que han marcado nuestra cultura y han decidido su conformación. Y ello no quiere decir que se subestime el valor de otras aportaciones culturales; simplemente, se sostiene que no es sano ni certero avergonzarse de nuestros orígenes.
De su lectura se extrae que el puesto que ocupa Occidente no es casual, sino resultado de muchos siglos y esfuerzos -personales y colectivos- que han determinado su peculiar configuración como mundo libre. En ese ameno repaso por nuestra historia, se destruyen muchos tópicos y leyendas y se explican los éxitos políticos, religiosos y culturales. El estilo, que en ocasiones puede parecer algo sensacionalista, hace posible una lectura distendida.