Anagrama. Madrid (1993). 214 págs. 1.800 ptas.
En pocos años y con pocas obras, Enrique VilaMatas (Barcelona, 1948) se ha abierto camino en la literatura española. Primero fue su Historia abreviada de la literatura portátil (1985); más tarde, Suicidios ejemplares (1991). Ahora, Hijos sin hijos confirma esta trayectoria ascendente.
Una cita de Kafka -referencia obligada en los 16 relatos que la componen- encabeza esta obra. Kafka es, al decir de Vila-Matas, «el hijo sin hijos por excelencia»; y si 41 fueron los años con los que murió Kafka, 41 son los breves pasajes que incluye Vila-Matas en este libro. En ellos hace referencia a los últimos 41 años de la historia de España.
Pero Vila-Matas, como los noventayochistas, reduce la importancia de los sucesos históricos y opta por reflejar la intrahistoria. Para sus personajes, «la Historia on mayúscula, sus grandes protagonistas y los acontecimientos solemnes, tienen una incidencia muy oblicua en sus difíciles y azarosas vidas, pues, además de estar muy ocupados en sus problemas personales, han inventado una especie de indiferencia distante que les permite no estar ligados a la realidad sino por un hilo invisible, como el de la araña».
De ahí que lo más destacable de la obra de Vila-Matas sea la selección de tipos humanos, entrañables y extravagantes: un adolescente enfrentado al dilema de la libertad, un hombre que estrena cada poco nuevos amores, un seminarista huido que persigue no se sabe qué receta infalible, etc.
Hijos sin hijos no es, sin embargo, una obra kafkiana. Nada hay en ella del sufrimiento existencial que atormentaba a los personajes de Kafka. Hay, eso sí, un mundo caótico; pero poco a poco se ordena, y el pesimismo se diluye entre pinceladas de humor, contrapunto clave de la obra de Vila-Matas.
Begoña Lozano