Dentro de los libros que se están publicando sobre el mundo romano, que afortunadamente no son pocos, se echaba en falta una monografía que estudiara, con visión de conjunto, los grandes personajes de Hispania. Carlos Goñi, doctor en Filosofía que compagina la docencia con una amplia producción de creación literaria, ya había escrito sobre Grecia y Roma en obras como Cuéntame un mito o Una de romanos. En este nuevo trabajo muestra que Hispania no solo fue valiosa para Roma por su contribución mineral o agrícola, como los estudiosos han subrayado insistentemente, sino también por sus hombres insignes en los ámbitos de la literatura, la política, la filosofía o la teología. Hispania fue romana, pero, hasta cierto punto, y esta es la gran aportación del libro, los hispanos consiguieron que Roma fuera hispana.
El libro se estructura en cinco partes. En primer lugar, el autor se centra en los héroes de origen hispano que se opusieron a Roma. Destacan personajes como Indíbil o Mandonio, gobernantes de los ilergetes; el célebre y temido Aníbal, que, aunque por su nacimiento no fue hispano, sí lo fue por su formación; Viriato, que frenó el avance de Roma sirviéndose de la guerra de guerrillas; o los valerosos numantinos, cántabros y astures. Todos ellos ganaron batallas, pero acabaron perdiendo la guerra. Un segundo ámbito de estudio son los políticos, entre los que destacan los tres emperadores de origen hispano: Trajano, con el que probablemente llegó para Roma la época más gloriosa, no solo por sus conquistas sino también por el bienestar proporcionado al Imperio; Adriano, de un talante más pacifista, artista y viajero; y Teodosio, que declaró el cristianismo como religión oficial del Imperio.
Goñi se detiene a continuación en los pensadores hispanos, a los que presenta más cercanos al coraje que a la especulación, un escenario propicio para que el estoicismo arraigara con fuerza. Entre todos ellos sobresale Séneca, cuya muerte a instancias de Nerón –sostiene– no puede igualarse con la de Sócrates, pues no resultó ejemplar. También destaca a Quintiliano, profesor de oratoria, entre cuyos discípulos se cuentan autores como Plinio el Joven, Tácito, Juvenal o Suetonio. Su Institutio oratoria se muestra hoy especialmente necesaria frente a algunas teorías pedagógicas modernas.
La cuarta parte del libro está dedicada a los poetas, quizás los que mejor reflejan el alma hispana: Lucano, “el mayor talento literario de su tiempo”, muerto a los 26 años por orden de Nerón; Marcial, con sus epigramas –una especie de tuits en verso, de tono satírico y mordaz– que recogen, como si fueran fotografías, instantáneas de la vida cotidiana; Juvenco, que pone los Evangelios en hexámetros, el verso de la épica, donde Cristo es ahora el nuevo héroe; o Prudencio, al que Goñi califica como el “Homero hispano”. Por último, el libro aborda el ámbito de la teología cristiana, en un momento en que las herejías se extendían con facilidad. Son fundamentales aquí personajes como Osio de Córdoba, que llegó a ser consejero de Constantino en asuntos religiosos y propulsor del Concilio de Nicea (325), o el papa Dámaso I, el primer pontífice hispano.
El autor realiza aquí una defensa de la importante contribución de Hispania a la historia y a la cultura de Occidente. Usa un estilo claro y, a la vez, riguroso, teniendo presentes en todo momento, por ejemplo, las fuentes clásicas. Además, como buen filósofo, desliza a lo largo de las páginas frecuentes enseñanzas derivadas de estos hispanos que sirven para la vida presente.