La consideración del conjunto de naciones-Estado que ahora forman la Unión Europea como una realidad histórica constituye un objetivo que no está al alcance de muchos historiadores. Onésimo Díaz ha sabido integrar su labor docente, el interés por la historia de la cultura en su sentido más amplio, y el deseo de encontrar las causas de la actual situación política, social, cultural y religiosa de Europa. En Historia de Europa se ha propuesto hacer visible las crisis históricas a través de las novelas, las biografías, ensayos, películas y actitudes de los intelectuales y pensadores más representativos de su tiempo.
El libro se inicia con el desencadenamiento de la Gran Guerra y termina con la caída del muro de Berlín, y la apertura de un tiempo nuevo en la historia. Los acontecimientos políticos son breve y cuidadosamente narrados y se busca siempre sus causas y consecuencias. Merece especial atención el estudio de las tres grandes ideologías del siglo XX: el comunismo, el fascismo y el nazismo. También se estudian los hechos históricos y los cambios culturales y artísticos, partiendo de la crisis de la cultura de la modernidad.
El autor muestra las consecuencias de la modernidad, que quiere hacer del hombre un ser radicalmente autónomo respecto al Creador. Esa radical autonomía al cabo del tiempo se tradujo en un pesimismo existencial que aumentó el miedo a futuras guerras y se plasmó en regímenes totalitarios y autoritarios. Desapareció la confianza en la idea de progreso ilimitado, e incluso el futuro apareció como un inmenso vacío.
Esa permanente crisis de la modernidad se hizo patente, de un modo radical, al finalizar la segunda Guerra Mundial, y Maritain pudo escribir: “El fin del Imperio Romano fue muy poca cosa ante lo que vemos. Asistimos a la liquidación de lo que se llama mundo moderno, que dejó de ser moderno desde hace un cuarto de siglo -la primera Guerra Mundial marcó su entrada en el pasado-. La cuestión es saber en qué desembocará esta liquidación”.
La liquidación en la que nos encontramos tuvo una posibilidad de renovación durante los años del Concilio Vaticano II (1962-1965). Y una segunda con posterioridad a la caída del telón de acero (1989). Sin embargo esos intentos de renovación se han producido, por lo general, desde las raíces de la cultura de la modernidad y se ha comprobado una vez más la imposibilidad de conseguir un orden social justo si se prescinde de la inteligencia de la persona humana como creatura de Dios.
Son especialmente interesantes los dos últimos capítulos que comprenden los periodos: 1957-1973 y 1973-1989, para finalizar con el epígrafe: Europa sin el muro de Berlín. Nos encontramos ante un libro breve, muy bien escrito, de fácil lectura y que incita a pensar.