Taurus. Madrid (2005) 562 págs. 22 €.
Santos Juliá, Catedrático del Departamento de Historia Social y Pensamiento Político de la UNED, tiene tras sí una considerable obra, generalmente aderezada con un ácido tono polémico que a este libro no le falta.
De entrada, el mismo título es una llamada a la polémica. A su juicio, la antinomia de las dos Españas es fruto natural del reduccionismo resultante de los enfrentamientos políticos del siglo XIX. Parece ser que fueron los intelectuales doceañistas los que botaron la idea, aunque su soporte ideológico va variando a lo largo de siglo y medio, al compás de los cambios socioeconómicos que se producen en España. Con la desaparición del último dictador y el advenimiento de la democracia, acompañada de la amnistía general del gobierno Suárez, Santos Juliá afirma la entrada en una era de reconciliación y olvido; pero en otros foros parece no saber cómo desembarazarse del rencor que generan los muertos de la Guerra Civil del 36.
Por el libro pasan los doceañistas enfrentados a la España de pesebre absolutista, clérigos astutos y amuermados al frente de una nación de mayoría analfabeta. Siglo adelante van desfilando los que ponen el paño al púlpito acerca de los males y remedios de España y en tantos casos animando al desafuero, mientras los energúmenos de siempre llevaban al país al matadero de las guerras civiles. Con los desastres coloniales, los intelectuales viajados nos ofrecen sus sutiles disquisiciones, alumbradas en ateneos y sacristías, servidas desde una prensa cada vez más influyente. Santos Juliá considera que esta dialéctica esencialista llega hasta nuestros días tomando como refugio «exiguas minorías de discurso gastado y pasado». En las últimas cien páginas solo queda la crónica doméstica de las familias políticas que usufructuaron el poder bajo la dictadura. Falangistas, católicos en sus diversas alternativas y monárquicos varios bregaran por alcanzar el poder y mantenerlo, y todos ellos diseñarán proyectos llave en mano de futuros, de los que los españoles apenas tendrán en cuenta.
Santos Juliá maneja la historia conocida con un criterio ideológico consciente de intelectual progresista. Apúntese la tendencia retórica frecuente de proponer un aserto y su contrario páginas después. Hay una alarmante obsesión por hacer corresponsable de los males del país en cada época a la Iglesia católica. Desde su particular óptica afirma como corolario que «el proceso de secularización de España es irreversible». La parte final dedicada a la era franquista viene a ser un cruel y divertido ajuste de cuentas con los políticos/intelectuales del régimen, citando algunas de sus más solemnes estupideces y desmesuras. También hay sitio para el arrojo de Ruiz Jiménez, el liberalismo mostrenco de Foxá o Agustí o las acrobacias de columpio de Laín, Ridruejo o Calvo Serer. Finalmente debo apuntar que en algunas ocasiones no es muy seguro en la veracidad de lo que cuenta, en especial sobre el debate de los proyectos de leyes sucesorias a la dictadura. Marra en las personas y en el peso que tuvieron en su redacción que determinó el porvenir político de todos.
Santiago Medina