Planeta. Barcelona (1995). 757 págs. 5.200 ptas.
Stanley G. Payne, profesor norteamericano conocido por sus estudios de historia contemporánea española y en particular por los referentes a la República y a la guerra civil, aborda en esta ocasión una historia de los regímenes fascistas europeos a lo largo del siglo XX. Se centra en los europeos, aunque no faltan referencias a los aparecidos en otras regiones a partir de 1945.
Se trata de una recopilación exhaustiva de hechos y países, que hacen de esta obra una básica fuente de consulta. Pero Payne va más allá: trata de explicar las raíces del fascismo en su vertiente filosófica y cultural. Sale así al paso de las difundidas interpretaciones marxistas que reducen el fascismo a una organización totalitaria del capitalismo o al retorno de ideas desplazadas por la Revolución Francesa. Es frecuente que algunos, basándose en lecturas mal digeridas de Mussolini, presenten el fascismo como un rechazo de las ideas de la Ilustración, cuando -como demuestra Payne- es más bien todo lo contrario. Al igual que el marxismo y sus continuadores, el fascismo hace gala de conceptos seculares y prometeicos que tratan de edificar un paraíso en la tierra por obra y gracia de un Estado todopoderoso. El fascismo es otra de las religiones seculares a las cuales ha dado a luz el siglo XX. Lo peculiar del fascismo es su rechazo del racionalismo, del materialismo y del igualitarismo. Los ideales fascistas rebosan, en cambio, vitalismo, idealismo y ansias de engendrar un hombre nuevo y una nueva cultura. Por tanto, como bien indica Payne, el papel que el fascismo deja a la religión revelada es secundario, de fachada -para darse cierta respetabilidad delante de las «gentes de orden»- o sencillamente ninguno, como demostró sobradamente el nacionalsocialismo.
Payne diferencia bien el fascismo del simple nacionalismo autoritario o conservador; pero recalca que la irracionalidad inherente al fascismo termina llevándolo también por las sendas del nacionalismo expansionista. No menos interesantes son las conexiones del fascismo con ciertas ideologías que preconizan la vuelta a la naturaleza (por cierto, un concepto típico de la Ilustración), el culto al cuerpo e incluso el ocultismo y la astrología, que eran curiosamente una de las aficiones-obsesiones preferidas de Hitler.
Es una lástima que a la hora de abordar el fascismo italiano, Payne incurra en el tópico de que su llegada al poder fuera acogida benévolamente por Pío XI, quien, al contrario, demostró conocerlo mejor que otros hombres de aquel tiempo, en sus encíclicas Non abbiamo bisogno y Mit brennender Sorge.
Antonio R. Rubio