Alfaguara. Madrid (2005). 536 págs. 19,50 €.
A Rosa Montero le gustan las historias de mujeres que se saltan el guión. También es aficionada a la Edad Media, al siglo XII en particular. El resultado es esta novela de aventuras, no propiamente histórica ni tampoco enteramente fantástica. Leola, la protagonista, representa el colmo del desamparo: ser mujer y sierva en la Edad Media francesa. Se hace pasar por varón y emprende un viaje iniciático que le llevará a las armas, a las letras y al amor.
Como suele ocurrir en las historias itinerantes, pasan demasiadas cosas. Son entretenidas, pero se repiten y el interés se va adormeciendo. Las emociones ante el amor o ante un combate no tienen la misma intensidad en el lector que en el protagonista cuando esos hechos se multiplican. Igual ocurre con las discusiones filosóficas y teológicas. El «suspense» que obliga a finalizar la lectura es conocer una leyenda que se nombra repetidamente pero no se narra.
En ese mundo medieval, Dios está en todas partes: se hacen en su nombre cosas admirables y también otras difíciles de entender hoy día. En la novela no aparecen mucho las catedrales, ni la universidad, ni los santos, algo más algunos clérigos muy poco ejemplares, la Inquisición y la peor cara de las cruzadas. Los cátaros tienen un papel importante en la trama y es precisamente su pureza -en opinión de la autora- uno de los signos de luz y de esperanza de ese siglo XII. Otro es Leonor de Aquitania y su corte trovadoresca, el amor cortés y la valoración de la mujer. El ensueño de progreso se completa con el ascenso de las ciudades y la burguesía y la difusión de la escritura y la lectura.
La autora reconoce honestamente al final que ha tomado de la historia lo que le ha convenido. La presencia de hadas, elixires, basiliscos y demás ingredientes fantástico-míticos rebajan el tono épico y realista predominante en la novela, e impiden en cierto sentido la emoción que provoca lo que podría haber sucedido en verdad. Como personajes de la novela o héroes citados aparecen Ricardo Corazón de León, Eloísa y Abelardo, Merlín, María de Francia, Tristán e Isolda, Arturo o san Bernardo, por citar los más importantes. Era un reto no convertir algo así en un pastiche y Rosa Montero lo ha logrado.
El peligro de ambientar una ficción en un periodo histórico real es que un lector preparado debe poner en suspenso continuamente lo que sabe para que no se derrumbe la narración. Montero no se muestra más extremista ni menos informada que muchas colecciones de tópicos que circulan por ahí, aunque queda claro que de algunas cosas no entiende.
Por el lado propiamente literario, la novela es correcta, pero peor trabada y de menos interés que obras anteriores.
Javier Cercas Rueda