Mondadori. Barcelona (2005). 259 págs. 17 €. Traducción: Javier Calvo.
En esta décima novela del Nobel sudafricano, un fotógrafo de sesenta años es atropellado y pierde una pierna. La invalidez transforma por completo la vida de Paul, es el momento de hacer recuento de éxitos y fracasos y de salvar los muebles en un futuro que se prevé sombrío.
Paul ha sido un solitario con un fracaso matrimonial a cuestas y unos moderados y estériles amoríos. Su gran dolor es no haber tenido un hijo. En éstas irrumpe en su vida Marijana, la enfermera que le cuida, y con ella, indirectamente, el resto de la familia. Puede ser una oportunidad, quizás la última, donde volcar su ansia de amor y paternidad (en sentido amplio), del «memento mori» de un hombre incompleto a la posible resurrección. Paul es un personaje típico coetziano: frío, descreído, con fracasos sentimentales y gran resistencia a ser cambiado por los demás, inmerso en una tragedia que le lleva a hacerse preguntas. Hay temas interesantes sobre la mesa como el encaje del dolor, la soledad, la vejez y la servidumbre del tiempo, el examen vital.
El problema es que también aparece en la vida de Paul Elizabeth Costello, escritora, protagonista (entre comillas) de la anterior novela (entre comillas) de Coetzee. Parece que Costello es la narradora de la historia de Paul, y Coetzee se lanza a un bucle metaliterario arriesgado donde dialogan autor y personaje. Ya lo hicieron Pirandello («Seis personajes en busca de autor») y Unamuno («Niebla») y el resultado ahora es igual de artificioso que entonces. Seguramente muchos verán una genialidad propia de un Nobel, pero lo cierto es que la historia, que hasta entonces prometía, se resiente desde la aparición de Costello. La mezcla de planos es confusa y casi imposible aventurar qué se pretende.
Coetzee es un escritor duro, sin tapujos, que entra enseguida en materia y lleva al lector arrastrado a base de impactos emocionales. Sus novelas tratan de lo que se sabe que está ahí pero resulta más elegante orillar. Él no lo hace, y por eso es incómodo, inquietante. Tiene un estilo seco y distanciado, donde la voz del narrador no suele explicar ni juzgar.
Algo de todo esto hay en «Hombre lento», pero la disparatada relación Paul-Costello pone a esta novela en un lugar secundario de la producción de Coetzee, a pesar de ser menos torturante y violenta que sus libros más valorados.
Javier Cercas Rueda