Primer libro de una trilogía que recrea las leyendas sobre Robin Hood, aunque con cambios significativos: no se ambienta en Inglaterra sino en Gales y están entremezcladas con otras leyendas populares galesas; tienen lugar en 1093, cuando reinan los hijos de Guillermo el Conquistador, y no en la época de Juan sin Tierra y Ricardo Corazón de León, un siglo después. El autor, que ha publicado antes varias series de novelas -muy vendidas y que no conozco- en las que recrea viejas leyendas, explica sus elecciones en un epílogo: la impenetrabilidad de Gales a la conquista normanda, la densidad de sus bosques, la maestría de los galeses en la fabricación y el uso del arco largo… A la vez también reconoce que ningún apoyo más hay para ellas en las canciones populares medievales que tratan sobre Hood.
El protagonista, llamado Bran, es el joven y alocado hijo del rey de Elfael que, al comienzo de la historia, fallece junto con sus hombres en una emboscada. Cuando Bran intenta que le sean reconocidos sus derechos hereditarios es perseguido y dado por muerto. Gracias a los cuidados que le presta una hechicera del bosque se recupera físicamente y también se hace consciente de su destino: aceptar el liderazgo de su gente y luchar por ellos. En esta novela se presentan el conflicto que origina la lucha del protagonista; su mundo interior un tanto convulso; quiénes son sus compañeros y sus enemigos; su relación con lady Mérian. Al final, el lector queda situado: conoce la frágil posición de Bran en medio de un juego de intrigas a varias bandas. Al fondo, se ve que todo está regido por una leyenda-profecía sobre un Rey Cuervo -Rhi Bran-, que Bran escucha de labios de la hechicera cuando está convaleciente.
A la espera de cómo aborda las siguientes novelas de la serie, se puede alabar el trabajo del autor. A partir de un capítulo introductorio excelente, la narración toma un paso tranquilo que se sigue con el interés de una novela clásica de aventuras. Los personajes se van definiendo bien de acuerdo con sus acciones, la tensión de las escaramuzas guerreras está conseguida y, poco a poco, el lector siente crecer sus deseos de que los malvados reciban por fin su merecido. Los ambientes medievales están reflejados sobriamente y las descripciones son buenas; algunas escenas están particularmente cuidadas, como las que dan protagonismo al bosque y la que narra la fabricación del arco y las flechas que usará Bran. El autor se toma en serio a sus personajes y evita cualquier clase de ironía torpe, al tiempo que refleja la mezcla de fe y barbarie de algunos comportamientos. Tal vez le sobren los ribetes misterioso-esotéricos que tiene Angharad, la hechicera, aunque ciertamente no es un aspecto en el que se cargue la mano.