Pre-Textos. Valencia (2006). 68 págs. 6 €.
Ángel Mendoza gana en 2005 con este «Horario de Invierno», el premio Vila de Cox de Alicante. Es uno de los cuatro o cinco premios que edita al año Pre-Textos, una de las editoriales más importantes del panorama poético hispanoamericano, y eso es bastante decir. En la trayectoria de Ángel Mendoza encontramos dos cuadernos en 1996 y 1999 y un libro en la Editorial Renacimiento («El Norte», 1999) y otro en Pre-Textos («Cercanías», 2002).
Terminado en 2005, el libro lo escribe Mendoza para su hija, de dos años de edad ahora, como una especie de testimonio para cuando despierte (a los doce, a los quince, a los ocho, según quién). Para ese momento, para cuando los niños parece -sólo- que no quieren mirar demasiado a sus padres, el poeta padre le deja un manual de instrucciones y un álbum familiar. Mira, tú y nosotros éramos así; mira, el mundo es así. Reconozco que un argumento como éste (padre que escribe a su hija recién nacida) ha sido el propio de muchos de los grandes fiascos de la poesía, fracasos que quedaron marcados para siempre con el rotulito rosa de «qué libro más bonito».
Es interesante darle vueltas a cómo consigue Mendoza sortear la ñoñería. Porque sorprende ciertamente su capacidad, su palabra, que te llegue y que te gane. Que te lo creas, vamos. En primer lugar, lo consigue porque se sabe poeta, poeta de cincel y no padre de piropo. Y por eso trabaja cada verso: un ritmo suave, melodioso; una métrica que aparece y desaparece; unas imágenes que salen de la visión de poeta y no directamente del sentimiento. Por eso es capaz de decir a su hija -y ser efectivo- que existe el mal y que va a dejar caer sus babas en el mismo riachuelo donde ella se extasiará con la belleza, por ejemplo. O que se va a encontrar al amor, después de tanto buscarlo/imaginarlo/reproducirlo, esperándola con los brazos cansados de saberse tu nombre. Y más cosas, porque también le habla de sus padres, cuando jóvenes, y de lo que podrá ser la poesía para ella, y del abismo entre el tercer y aquel que llaman primer mundo.
Hay que ser muy buen poeta para llegar con un libro de estas características al público, tan costra ya. Mendoza lo consigue sin ruido, sin aspavientos. Será que es humano, todavía.
Javier García Clavel