La nueva novela de Luis Landero (1948), cuenta dos historias, la del anodino y caricaturesco profesor de literatura Tomás Montejo y la del frustrado y proteico Dámaso Méndez. El primero convierte la literatura en el radical eje de su existencia, separándose poco a poco de una realidad que mira siempre a través de sus copiosas lecturas. Pero ni la literatura le da la felicidad ni las relaciones que mantiene con Marta, y después con su alumna Teresa, resultan verosímiles. Al contrario, y este es uno de los principales defectos de este argumento, lo que se cuenta es simple y tópico, a pesar de las intenciones de Landero de escaparse de la obviedad.
La historia de Dámaso -sus relaciones de odio con su padre- contiene elementos más trágicos y narrativos, aunque una vez más todo está demasiado exagerado. No es creíble un personaje como el del padre de Dámaso, que reniega de su hijo y sustituye todo su amor por Bernardo, otro joven de su pueblo, que se convertirá en la obsesión paterna y en la raíz del resentimiento que alimenta Dámaso durante toda su vida. Las tramas avanzan sin sorpresas, dos historias independientes y paralelas que se unen al final, de manera bastante forzada.
Landero vuelve a manejar los ingredientes propios de su literatura: un tratamiento cervantino del estilo y de los personajes. Aunque hay buenos momentos, especialmente las evocaciones costumbristas y las descripciones escolares de las clases de literatura de Tomás -aunque haya una insistencia rebuscada en darle a la literatura y a sus relaciones personales un barniz erótico-, la novela, por su tendencia a la exageración, es una parodia de los recursos y de las intenciones de Juegos de la edad tardía (1989), la novela con la que Landero irrumpió con fuerza en el mundo literario. Después, su trayectoria ha sido desigual, con novelas que han intentado repetir la fórmula de la primera pero que se han quedado a mitad de camino, bien por falta de sustancia, bien por unos argumentos excesivamente leves. Es lo que le ha pasado en Caballeros de fortuna, El mágico aprendiz y El guitarrista, y es lo que le pasa también a Hoy, Júpiter.