Reedición de una novela con un enfoque singular, que tiene deudas claras con Peter Pan y de la que se dice que precede un poco a El Señor de las moscas.
Mediados del siglo XIX. Los señores Thornton, hacendados ingleses que viven en Jamaica, deciden enviar a sus hijos a Inglaterra para que reciban la educación adecuada. Junto con los Fernández, otros chicos de la isla, durante la travesía en barco, caen en manos de unos piratas crepusculares y patéticos, dirigidos por el capitán Jonsen y su lugarteniente Otto. Aunque se producirán acontecimientos trágicos, los niños, en especial la pequeña Emily, de diez años, irán adaptándose a la nueva situación y estableciendo unas curiosas relaciones con los piratas.
Por un lado destaca el buen uso del lenguaje y la capacidad del autor para el comentario irónico, así como el acierto con el que se muestran algunos flashes del comportamiento humano. Por otro, algunas digresiones parecen no tener rumbo, no encaja bien que los sucesos trágicos se narren con acentos paródicos, y resulta extraño que a los personajes siempre se les observe desde fuera, como en plan curioso e ingenioso, pero sin empatía ninguna.
Las estrechas relaciones de la historia con Peter Pan, de James Barrie, comienzan porque los piratas de Hughes son tan patéticos como eran Garfio o Smee. También se nota en párrafos que reproducen ideas similares, aunque más exageradas en este caso, como en la dificultad de un niño para recuperarse de la primera decepción que le producen algunos comportamientos adultos. Pero, sobre todo, tiene que ver con que, usando una ironía distante contra los padres al modo de Barrie, Richard Hughes intenta reflejar la mentalidad infantil: su egocentrismo, su modo de vivir en el presente, su sentido de la justicia y, a la vez, su crueldad… Sus conclusiones, si se pueden llamar así, son un poco exageradas y hablan de que, quizá, los niños siguen a sus mayores con el mismo afecto que las gaviotas a un barco.