Después de sus muy tormentosas memorias de infancia y juventud, la texana Mary Karr (1955) publicó Iluminada para contar los años posteriores de su vida, no menos tortuosos. Es un relato cuyos dos primeros tercios pueden resultar deprimentes, pero cuyo tramo final, para quien haya soportado los anteriores, acaba siendo luminoso y emocionante.
Después de contar episodios de juventud con alcohol, drogas y demás, conoce a un joven poeta de quien primero se hace novia y luego se casa. Llegan el embarazo y el nacimiento de su hijo, época en la que deja de beber. Tiene pronto una fuerte recaída en la bebida, que busca superar en grupos de ayuda para alcohólicos. Acepta un trabajo como profesora en la universidad de Siracusa y allí se traslada con su marido, pero deciden romper amistosamente. Comienza a rezar a su modo y a ir a la parroquia católica. Se publican sus primeras memorias en 1995: El club de los mentirosos, libro que tiene un éxito abrumador con el que finalizan sus agobios económicos, e ingresa en la Iglesia católica.
En todo este proceso, los problemas que tuvo la autora en su infancia y juventud, personales y familiares, afloran una y otra vez. Al final de su relato hará notar al lector que cuando te han hecho mucho daño de niño, o de no tan niño, “tu lado herido y derrotado puede aflorar en cualquier momento”.
La narración está muy bien construida. Por un lado, tanto los recuerdos como los olvidos están elegidos, más allá de que, tal como advierte al lector, “hace décadas me entrené para desconfiar de las percepciones de aquella muchacha”, pues no en vano muchas veces “iba ciega perdida”. Por otro, el tono narrativo es crudo, pero está impregnado de un sentido del humor autoirónico que gana el interés y la simpatía del lector, y no hay autoindulgencia ni disimulo al presentar sus propias reacciones violentas. Pero lo que alza la historia muy arriba es la lucha interior y exterior de la autora para dejar el alcohol, en la que ha de vencer sus reticencias a “cualquier tipo de conversación sobre sandeces espirituales”, en la que se da cuenta de que tiene muchos motivos para sentirse agradecida, y en la que recibe ayudas inesperadas para terminar creyendo en Dios y entender la figura de Jesucristo.
No es raro que un libro como este haya sido tan aplaudido. En primer lugar, debido a su categoría literaria, no es nada común. En segundo lugar, porque respira sinceridad el modo en que la autora habla de tantas situaciones dolorosas de su vida y de su creciente confianza en Dios. De todos modos, también es claro que su popularidad no sería la misma si no fuera una católica de las que gustan tanto a medios como The New York Times: ella misma se define como una católica de cafetería –favorable al aborto y a la ordenación de mujeres, entre otras cuestiones controvertidas…– y como una feminista combativa de las que tiene mucho que reprochar a los hombres, aunque haya que decir a su favor que tampoco elude sus propias responsabilidades.