Rialp. Madrid (2002). 315 págs. 17,34 €.
¿Qué papel desempeñan los intelectuales en la génesis y desarrollo del enfrentamiento que culminó en la guerra civil española? Se ocupan de lo ocurrido en las obras de referencia Federico Suárez, catedrático de Historia Moderna y Contemporánea de España, y Andrés Trapiello [Las armas y las letras], un literato multifacético, hoy en el centro de la actualidad tras ganar el último premio Nadal.
Suárez observa, con el rigor del historiador, que la bibliografía aparecida en los últimos años en torno a la actuación de «los escritores antifascistas españoles» adolece de falta de contextualización histórica. Además, a su juicio, ni estas personas acapararon el liderazgo intelectual, ni estuvieron libres de manipulación, al servicio del experimento soviético.
En los movimientos vanguardistas europeos se inició la tarea de introducir la utopía proletaria, el paraíso soviético, el hombre nuevo, etc. En España el ámbito más efectivo de experimentación será Madrid, en las tertulias, el Ateneo y sobre todo la Residencia de Estudiantes.
En la obra de Suárez van apareciendo las distintas estrategias de penetración y los diferentes órganos de tutela ideológica que se fueron creando. Corresponden a la acción propagandística durante el primer periodo publicaciones como la revista Octubre, los congresos de Moscú y París (1935) o la Conferencia de Londres (1936), así como la Asociación de Escritores para la Defensa de la Cultura, heredera de la de Escritores y Artistas Revolucionarios. La guerra, con la implicación soviética en el bando republicano, dará lugar a un control más férreo de los medios de comunicación disponibles, para culminar en el II Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura (Valencia-Madrid, 1937). Es con ocasión de analizar tal evento cuando el autor aporta testimonios muy críticos contra los hagiógrafos de lo allí ocurrido.
En esta colmena de intereses hay personas que se implican en distinta medida en el proyecto, entran y salen, y algunos permanecen hasta el final. Suárez nos acerca a los personajes más significativos de la historia y valora su aportación, en la mayoría de los casos con testimonios dados por ellos mismos, como es el caso de César Vallejo, Miguel Hernández o Antonio Machado. También de los extranjeros que aparecieron por aquí movidos por un cierto aventurerismo (André Malraux, Neruda…). Pero hay dos personas que, por su permanencia y responsabilidades, atraen especial atención del autor: Rafael Alberti y José Bergamín, a los que Suárez enfrenta con sus excesos y contradicciones. El trabajo de Suárez se va recogiendo en personales historias de dolorosos destierros y amargos regresos en muchos casos.
Santiago Medina