Escritor, columnista y crítico literario, Alberto Olmos (Segovia, 1975) ha vuelto con Irene y el aire a la novela, seis años después de su último título, Alabanza. Olmos cuenta con todo lujo de detalles, ternura y humor el embarazo de su pareja Eugenia y el nacimiento de su primera hija, Irene.
Su mirada, la de un padre entregado a la causa y desplazado a veces por el sistema, resulta entrañable. En la primera parte, las escenas nos conducen a la última fiesta de la pareja, su cambio de piso y la consiguiente visita a Ikea, la inevitable lectura de guías y manuales sobre gestación, la búsqueda de un hospital o los consejos de la matrona. Con una prosa ágil, Olmos nos hace partícipes de sus revelaciones con mucha guasa, cierto toque aforístico y preciosas ráfagas líricas. Dice, por ejemplo: “Una embarazada es, pongamos, el reverso de una detonación”, o “La paternidad siempre implica que alguien tiene que morir”, proposiciones que con gusto hubiese firmado el mejor Umbral, cuyo estilo resuena en estas páginas.
Con la segunda parte, titulada El cuaderno, llega el giro. La perspectiva sociológica, válida para cualquier pareja en esa tesitura, se concentra ahora en la experiencia íntima del parto de su novia, que Olmos reconstruye siguiendo unas notas transcritas por él mismo, meses después, en una libreta. Aquí los capítulos son más cortos, más acuciantes y sofocados, ya que, frente a la certeza de que solo los “otros” pueden sufrir complicaciones en ese breve viaje del útero a la vida, el día que sale de cuentas Eugenia se despierta con un sangrado excesivo, y temen que la niña nazca muerta. Taxis, pasillos interminables, la sala de dilatación y el paritorio en el que la pequeña Irene “corona” al fin y el padre la mece entre sus brazos.
La mirada de su autor –en ocasiones, sorprendida e inocente; otras veces, punzante y vandálica, como en sus artículos periodísticos– es lo mejor de esta novela. Irene y el aire, con sus simpáticas dosis de costumbrismo y el reportaje del propio alumbramiento, eleva un rotundo canto al milagro de la vida, que podría resumirse en la idea de “fabricar el futuro”, y a la paternidad, un estado de incertidumbre y miedo perpetuos.