Ediciones B. Barcelona (2005). 470 págs. 21 €. Traducción: Caterina Pascual Söderbaum.
En 1909 obtenía el Premio Nobel de Literatura la primera mujer: la sueca Selma Lagerlöf. Siete años antes había publicado «Jerusalén», una de sus novelas más conocidas. El tiempo convirtió a Lagerlöf en una escritora olvidada, hasta que otros novelistas como Virgina Woolf o Kenzaburo Oé acudieron en su rescate.
«Jerusalén» narra un episodio real que impresionó a la Nobel sueca: en 1896 un grupo de treinta y siete campesinos del corazón de Suecia subastaron sus granjas y sus objetos de valor y se trasladaron a la Ciudad Santa, Jerusalén, en un viaje sin retorno. En los últimos años del siglo XIX muchos pensaban que el Mesías volvería al filo del nuevo siglo y soñaban con encontrárselo en Tierra Santa. Merced a una supuesta iluminación divina, esta nueva secta se cree también llamada a lograr la reconciliación de los diversos grupos religiosos que viven en Palestina, y se atienen a un estricto código: negativa a celebrar nuevos matrimonios, comunidad de bienes, prohibición de trabajo remunerado entre sus miembros.
La novela alterna ambos escenarios: la tierra sueca, que ha quedado dividida por el éxodo de parte de sus familias, y la Tierra Santa, cuyo estado es deplorable. Las penalidades que sufre la comunidad cristiana recién llegada se traducen en enfermedades, pobreza y muerte, además de la incomprensión de quienes llevan allí varios siglos. Pero Selma Lagerlöf apenas se fija en la evolución doctrinal de la secta, sino en las vicisitudes de sus miembros, desgarrados entre el fanatismo de su nueva fe y sus propios sentimientos.
La parquedad del carácter del campesino sueco contrasta con la violencia de sus pasiones, que estalla de repente en actos de cobardía, abnegación o perdón. El tema de la expiación por los propios pecados recorre como un hilo conductor toda la trama, que se desborda en ramificaciones y en un plan providencial de salvación en medio del sufrimiento y de la aparente desesperanza. Ahí es donde la Nobel sueca despliega lo mejor de su arte, conteniendo las exageraciones de toda novela-río y conduciendo a sus personajes a su destino final.
Novela antinaturalista, abierta a lo mistérico y lo sobrenatural, es un ejemplo del vaivén entre magníficas intenciones e ideales quiméricos que zarandea a la buena gente de siempre.
Pedro de Miguel