En los últimos años, la llamada “Tercera búsqueda” del Jesús histórico ha dado origen a multitud de estudios. Sin embargo, a medida que van sedimentándose, se observan con más claridad los puntos de contacto entre los autores de estas obras y los de la primera “Búsqueda del Jesús histórico”, inaugurada por Reimarus a finales del siglo XVIII.
Paradójicamente, se repite lo que la desacreditó y acabó con ella: el utópico deseo de mostrar a un Jesús “objetivo”, tal como fue a los ojos de quienes le contemplaron, pero desde del punto de partida, para ellos irrenunciable, de que Jesús no es Dios. El Jesús resultante no era otro que el fruto de las ideas preconcebidas del historiador. Y un Jesús así a nadie interesaba, porque no era una figura coherente.
Las nuevas precomprensiones de la “Tercera búsqueda”, muchas de ellas posmodernas, inspiran y fundamentan obras como la de Pagola, que, a pesar de sus buenas intenciones, acaban por presentar no la figura del Jesús histórico sino la que tiene el propio investigador. Por eso muchos no la compartirán.
El autor, sacerdote de la diócesis de San Sebastián y profesor en diversos centros teológicos, ha buscado “aproximarse a la figura histórica de Jesús estudiando, evaluando y recogiendo las importantes aportaciones de quienes están hoy dedicados de manera más intensa a la investigación de su persona” (p. 6). Afirma hacerlo desde la Iglesia católica, tratando de mostrar “qué es lo que percibieron de ‘nuevo’ y de ‘bueno’ en su actuación y su mensaje” (ibid.) quienes conocieron a Jesús más de cerca, y así volver a las raíces y buscar lo que buscó Jesús: el reino de Dios y su justicia.
El libro está editado pulcramente y se lee con facilidad. A ello ayuda su clara estructura. El autor conoce bien su oficio y maneja abundante bibliografía, que recoge, clasificada, en cada capítulo, añadiendo al final una bibliografía general y una bibliografía temática en español. Dada la inmensidad de la literatura existente sobre Jesús, la selección realizada revela en buena medida la línea interpretativa unilateral que sigue el autor.
Destaca el reduccionismo a que somete la figura de Jesús, más por lo que silencia que por lo que manifiesta. A modo de ejemplo, baste señalar que de Jesús (a juicio del autor nacido en Nazaret, no en Belén) se afirma sin más precisiones que tenía cuatro hermanos y algunas hermanas; y aunque no se dice que sean hijos de José o de María, el lector puede asumir que son de los dos (“desde un punto de vista puramente filológico e histórico la postura más común de los expertos es que se trata de verdaderos hermanos y hermanas de Jesús”, p. 43, n. 11). Apenas se percibe el carácter escatológico del reino de Dios que Jesús predica ni su aspecto espiritual (“el Reino de Dios consiste en liberar a todos de aquello que les impide vivir de manera digna y dichosa”, p. 98). En la última cena (cuyo carácter pascual “no parece posible establecerse con seguridad”, p. 363) no hay referencia alguna a la eucaristía. De los relatos de la resurrección no podemos afirmar con seguridad su carácter histórico (“más que información histórica, lo que encontramos… es predicación de los primeros cristianos sobre la resurrección de Jesús”, p. 432).
Uno de los problemas de la primera “búsqueda del Jesús histórico” fue pretender desgajar el estudio de la figura de Jesús de la tradición en que esta figura se transmite. Los estudios históricos son necesarios, pero a Jesús sólo se le comprende desde la fe de la comunidad que hace surgir esa tradición. La fe del historiador cristiano no puede ser otra.
La presente obra, a pesar de las cautelas y, a veces, contradicciones que presenta, da la impresión de reflejar, más que la fe de la Iglesia en Jesús, la fe del autor. Cierto, se trata de una aproximación histórica, limitada por su método, y lo que se afirma en ella debe estar muy matizado. Pero el historiador al final tiene también que dar respuesta a la pregunta de Jesús a Pedro: “¿Quién decís que soy yo?”. Y en este caso, la contestación que, a juicio del lector, daría el autor no concuerda con la que dan los evangelios ni con la que enseña la Iglesia.