Felipe Garín,Facundo TomásTf. Editores. Madrid (2006). 487 págs. 35 €.
Felipe Garín, antiguo director del Museo del Prado, y Facundo Tomás -ambos catedráticos de Historia del Arte, comisarios de importantes exposiciones y escritores- hacen una aproximación a la persona de Sorolla a través de un atrayente recorrido por una cuidada selección de obras. Los capítulos iniciales, dedicados a los primeros trabajos bajo la estela modernista y aquellos de tema social, no hacen sino presentar al pintor que, aunque nacido con amplias dotes naturales para la pintura, se forma, se hace y corrige, se adiestra durante años.
Los autores reivindican la figura de Sorolla defendiendo la supervivencia de su estilo a pesar de que las vanguardias impusieran el ritmo del cambio por el cambio y la independencia del espíritu respecto a la materia durante gran parte del siglo XX. Son sugerentes los textos seleccionados de Unamuno, Valle-Inclán, Baroja, Ortega y Gasset o Blasco Ibáñez, para profundizar en la cuestión de «la visión de España»; descubren cómo la rebelión de Sorolla contra la oleada de tristeza se manifiesta en su percepción optimista y luminosa del país. Fue el artista de espíritu independiente, luchador y avanzado para su época, en estos aspectos apenas valorado.
Óleos tan reproducidos como «Paseo a la orilla del mar» o «Pescadoras valencianas» se comentan como figuras en un paisaje, y se ven con la luz del Mediterráneo; otros paisajes y jardines se muestran con toda su carga sensorial. Los diferentes estudios dedicados a su esposa Clotilde -apoyo incondicional en su vida y su trabajo- y a sus hijos nos conducen por la vida del pintor entre ambientes y personajes familiares. Los colores, y sobre todo el blanco y el azul, desvelando aún más tonalidades matizadas por la luz, se proclaman como los reyes de la vista, auténticos protagonistas de sus lienzos. Los retratos del pintor, analizados junto a interesantes críticas que le imputaban falta de penetración psicológica, exponen la novedosa ejecución del artista al tratar las facciones del rostro de igual manera que los demás elementos del cuadro, planteando así sus retratos como paisajes.
La visión de España fue «la obra de su vida». Los ocho años que tardó en decorar la sala de lecturas de la Hispanic Society de Nueva York reflejan una continua preocupación por contemplar del natural, su fuente de inspiración porque «la pintura cuando se siente es superior a todo». Y Sorolla vibró con ella. «Elche. El palmeral» o «Ayamonte. La pesca del atún» son dos de los mejores comentarios de las obras ejecutadas para la Biblioteca neoyorquina. La luz que traspasa las palmeras y se refleja en los rostros y cuerpos convierte al óleo en un hervidero de matices y las múltiples gamas del blanco en «La pesca del atún» consiguen que el lector pierda el miedo a sentir la pintura.
Teresa Herrera Fernández-Luna