Singular novela, la primera de la escritora, un sorprendente cóctel decimonónico-posmoderno. Contiene ingredientes de Charles Dickens y Jane Austen, autores favoritos de Clarke, por lo que tiene de gran comedia de costumbres con muchas detalladas descripciones de ambientes, con variedad de subtramas y de personajes secundarios. Por motivos distintos en cada caso, también son reconocibles influencias de obras de fantasía como Los libros de Terramar de Ursula K. Le Guin, como la serie del Mundodisco de Terry Pratchett, como la de los mundos de Chrestomanci de Diana Wynne-Jones, entre otros; y no tiene nada que ver, pero nada, con «el sombrío universo de Tolkien» que menciona la contracubierta.
Además, el libro es mucho más largo de lo que parece, pues contiene numerosas y extensas citas a pie de página, unas que remiten a supuestas obras de la época en torno a la magia, otras que comentan aspectos históricos de la magia que pueden ser desconocidos para el lector, otras que cuentan relatos o que remiten a comentarios que alguien hizo en torno a lo que se ha contado…
La obra se ambienta en la época de las guerras napoleónicas y tiene tres partes: el señor Norrell es un mago que pretende devolver prestigio y seriedad a la magia en Inglaterra, y que se gana la confianza del gobierno inglés para intervenir en la guerra contra los franceses; luego su discípulo Jonathan Strange actúa en favor de Wellington en los campos de batalla españoles y de Waterloo; ambos acaban enfrentándose acerca de si reconocer o no el magisterio del mago más grande de la historia, John Uskglass, también conocido como el Rey Cuervo.
Como es habitual en estas ficciones, se mezcla lo imaginado con personajes reales y sucesos ciertos.
El ritmo de la novela es lento y las excelentes descripciones son muy detallistas. Las personalidades de los protagonistas y de muchos secundarios están bien perfiladas. El tono narrativo es distanciado y tiene un conseguido punto irónico. Quien busque ideas para confeccionar hechizos, climáticos o de cualquier otra clase, no se verá defraudado; entre otras cosas averiguará que, según parece, algunas carreteras y ciudades en España quedaron mal colocadas debido a la labor que hizo Strange para facilitar las cosas a Wellington. El desenlace parece anunciar una continuación.
Habrá quien se plantee leer esta historia porque la calidad de la escritura es notable y su construcción está muy elaborada. Sin embargo, además de que la tensión es escasa, muy escasa, el lector se queda con la sensación de que la novela debería haber sido varios cientos de páginas más corta, de que la mayoría del supuesto aparato bibliográfico e histórico es superfluo (pues no aporta nada relevante al flujo argumental), de que la complejidad mágica que va ganando la trama es excesiva, de que la novela promete más de lo que da y, al fin, es insustancial.