Esta obra, que destaca por su capacidad de síntesis, presenta a Juana de Arco como un personaje más dentro del gran elenco que intervino en las disputas dinásticas y territoriales de la Guerra de los Cien Años (1337-1453), como una aparición fugaz ante la que ni los ingleses ni los franceses supieron qué hacer. Francia libraba dos guerras al mismo tiempo, una civil y otra contra los ingleses. La Francia armagnac, que había ido encadenando una derrota tras otra hasta que la Doncella se presentó ante Carlos VII, vio en ella un símbolo de la predilección de Dios por su causa, que se confirmaría cuando, al frente de un ejército poco numeroso, logró romper el sitio de la ciudad de Orleans y liberar a sus habitantes. Los éxitos de su campaña, en la que un cambio en la moral de las tropas, los nobles y el propio rey también tuvo un papel destacado, empezaron a declinar con el fracaso a las puertas de París.
Finalmente, Juana caería en manos de los ingleses y, abandonada por Carlos VII, sería sometida a un proceso ante la Inquisición, que la condenó por herejía. Cuando la historia dio un cambio de rumbo y los armagnac se hicieron con el dominio de casi toda Francia, su caso fue revisado por un nuevo tribunal, que la absolvió póstumamente. La historia de esta santa, visionaria, audaz y piadosa, culminaría con su canonización en 1920. Hoy en día la Francia católica le profesa una devoción enorme, pero además se ha convertido en un símbolo para todo el país, como lo fue, por ejemplo, durante la época de la Resistencia contra la invasión nazi.
Helen Castor ofrece un relato bien organizado de los últimos coletazos de la guerra de los Cien Años, y trasmite con profundidad y rigor las características que definieron esa época, con un esfuerzo notable por comprender la mentalidad que regía entonces. Aunque en su relato lo novelesco adquiere en momentos concretos un vigor algo excesivo, su respaldo en las fuentes históricas es sólido. También acierta al conjugar las explicaciones más densas con detalles y observaciones menores, y demuestra una gran inteligencia para escoger el tono adecuado en cada pasaje. En consonancia con la historia de la santa de Orleans, Castor recurre a la épica, al lirismo y al análisis psicológico, pero también a la visión amplia y al conocimiento sutil de la época en la que es especialista. Su recreación del juicio y condena de Juana es estremecedora, y en las páginas que dedica a ese trance trasmite su simpatía por la figura biografiada, sin perder la distancia debida.
En castellano existen varias biografías de santa Juana de Arco, con enfoques diversos, a las que esta suma un análisis exhaustivo de su contexto, hasta el punto de que la protagonista en sí no aparece hasta que se ha superado el centenar de páginas. Con respecto a su dimensión religiosa y espiritual, y con las disputas teológicas que suscitaron sus visiones y mensajes, adopta una postura neutra y desprejuiciada, que denota una comprensión cabal de la importancia de estos aspectos en la política de esa época, aunque no los trascienda.
La conclusión acerca de cómo una adolescente de un pueblo remoto de Francia, con escasa instrucción y menos conocimientos bélicos, acabó siendo un “icono proteico”, cuya “luz reluce con más fuerza que la de cualquier otra figura de su misma época y zona”, queda para el lector.