El escritor cubano Norberto Fuentes fue, antaño, uno de los escritores preferidos del gobierno cubano. A finales de la década del 80, sin embargo, dio un giro político y estuvo en la cárcel, de donde salió en 1994 rumbo al exilio, gracias a la intercesión de Gabriel García Márquez, pero durante años estuvo muy, muy cerca del ex presidente cubano Fidel Castro y de su hermano Raúl, tal como lo muestra una difundida imagen de los 80.
Ha de ser por eso, por su meticulosa capacidad de observación para después recordar y tomar las debidas notas, por su conocimiento de la historia de Cuba –que en la isla se produce más historia que la que se puede consumir, y todo cubano puede atestiguar haber vivido algún momento “histórico” en su país–; por todo ello, subrayo, puede ser que Fuentes haya encontrado la forma de “colarse” en la mente del hermano mayor, y desplegar una suerte de monólogo interior a la vez que diálogo con el lector que, sencillamente, no tiene desperdicio.
Su obra, La autobiografía de Fidel Castro, es de esos libros que el lector pudiera acabar de un tirón, porque una historia llama a la otra, y abundan los pasajes de la vida familiar de Castro. Entre el mar de detalles, la descripción de la severa personalidad del viejo Ángel, el padre gallego; las trastadas de los dos hermanos durante sus años estudiantiles en dos colegios jesuitas de Santiago de Cuba y La Habana; las reflexiones del narrador-comandante sobre su agitada vida universitaria, que transcurrió entre tiroteos de los que era protagonista o diana, y alguna que otra aventura para hacerse notar (tomó parte en una frustrada expedición para derrocar el dictador dominicano Leónidas Trujillo, y el Bogotazo lo sorprendió en la capital colombiana); su relación con el Che Guevara, un “comunista” que, según le justificó a Nixon en Washington, había enrolado en el Ejército Rebelde porque no tenían médico. Se habla de su falta de conexión con Gorbachov; de sus maniobras estratégicas para poner a Cuba, una pequeña isla ubicada un mar de resonancias turísticas, en el epicentro de las tensiones este-oeste durante la Guerra Fría…
Y hay también, como buen relato de una vida, historias de amor. La de su matrimonio con Mirta Díaz-Balart es particularmente interesante, toda vez que, asentada en Miami desde los años 60, tras su divorcio de Castro, es tía de dos de los más prominentes enemigos de este: Lincoln y Mario Díaz Balart, un ex legislador y un actual congresista por el estado de la Florida. Y datos sorprendentes, como que Mirta no fue quien le dio al comandante su primer hijo, sino que hubo un primogénito no oficial, del cual –y es apuesta segura– el 99% de los cubanos no conocen su existencia. Leemos además historias que pasan sin demasiado disimulo de lo erótico a lo directamente grotesco, como la primera relación sexual del joven Castro, o su relación con la actriz Naty Revuelta, pasajes redactados con matices absolutamente prescindibles.
Se perciben, por otra parte, algunos errores sobre figuras y hechos vinculados con la Iglesia, tal vez porque el autor –que estuvo muy cerca del poder, pero algo lejos del ámbito eclesial cubano–, repite solo lo que escuchó a quienes un día pusieron a la Iglesia en la diana de su acción. Fuera de esto, habrá que decir que el libro de Fuentes es un trozo de historia palpitante, servido en la mesa del lector y acompañado del vino de cientos de anécdotas añejas.