William Paul Young (1955), escritor canadiense afincado en Oregón (EEUU), escribió esta historia para su mujer y sus seis hijos y financió personalmente los gastos de la edición del libro. Era el primer libro que escribía y en él intentó volcar muchas de sus experiencias religiosas. Young vivió durante años en Nueva Guinea, donde sus padres estaban de misioneros. Más tarde, ya en su país, se licenció en Estudios Religiosos.
La cabaña (1) empezó a circular entre sus amigos y poco a poco se ha convertido en todo un fenómeno literario y religioso. Ha estado 32 semanas en la lista de libros más vendidos del New York Times, ya se ha traducido a 25 idiomas y ha vendido más de seis millones de ejemplares en todo el mundo.
Estamos, pues, ante un fenómeno insólito, pues la novela tiene como tema principal la relación del hombre con Dios sin recurrir, como viene siendo habitual en los últimos años, a fenómenos paranormales, experiencias esotéricas o libros que, como los del brasileño Paulo Coelho, hacen un mejunje sincrético de diferentes religiones, con los inevitables toques de filosofía oriental, la moda más interplanetaria y más políticamente correcta.
Aunque Young ha escrito una novela, La cabaña es uno de esos libros de difícil clasificación. Por un lado, el envoltorio es una novela sencilla, fácil de leer, asequible a todos los lectores y con muchos toques melodramáticos. Pero el argumento del libro es la excusa para abordar cuestiones de mucho más calado que, sin embargo, gracias al género elegido, tienen la posibilidad de llegar a un público más amplio. El contenido, también, impide juzgar esta novela sólo por sus ingredientes literarios, más bien elementales y sensacionalistas, aunque lleno de buenos sentimientos. Los lectores de este libro buscan cosas distintas a la mera calidad estilística. Por sus intenciones, está próximo a los libros de autoayuda de contenido religioso, aunque la materia narrativa enriquece más la historia y sus efectos literarios.
Pero si no se puede criticar La cabaña exclusivamente desde un punto de vista literario, tampoco puede hacerse desde una perspectiva solamente religiosa, pues no se trata de un ensayo espiritual, ni un libro doctrinal, ni un libro piadoso, ni mucho menos catequético. La mezcla de intenciones, ingredientes y planteamientos es lo que hace que emitir cualquier juicio supone introducirse en un territorio resbaladizo.
Discutiendo con Dios
La cabaña cuenta la dramática experiencia que viven Mack, el protagonista, y su familia. En una excursión a los bosques de Oregón que hace Mack desaparece Missy, la hija más pequeña, de seis años. Todo parece indicar que se trata de un secuestro y, aunque su cuerpo no aparece, del posterior asesinato, pues las circunstancias son las mismas que otras desapariciones de niñas que conducen a un asesino en serie. Aunque Mack es una persona religiosa como toda su familia, lo sucedido le provoca una profunda crisis que enturbia su relación con Dios. Durante los años siguientes a la muerte de Missy entra en un largo periodo que él define como La Gran Tristeza, pues esos trágicos hechos siguen presentes en su vida interior y en el resto de los miembros de la familia.
Tres años después, Mack recibe una misteriosa carta firmada por “Papá” (nombre con el que Nan, su mujer, designa afectivamente a Dios), que le invita a pasar un fin de semana en la cabaña de Oregón donde encontraron algunos restos de Missy. Mack piensa que se trata de una broma macabra, o de una invitación del asesino y sin decir nada a nadie se presenta en la cabaña, asumiendo el absurdo de la nota recibida, del viaje y de toda la situación.
Y aquí comienza propiamente la novela, pues tras esta introducción se cuenta lo principal: el encuentro en la cabaña con el mismo Dios para abordar las diferencias que los separan.
A Mack se le aparecen las tres personas de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, cada uno con una imagen muy distinta a la que la tradición teológica y artística cristiana han figurado. El Padre (Papá) es una cariñosa y gruesa mujer negra; el Hijo, con rasgos de Oriente Medio, va vestido de carpintero moderno; el Espíritu Santo es una joven asiática, algo etérea, que se llama Sarayu (nombre de una deidad oriental).
El encuentro con las tres personas es uno de los momentos cruciales y más desconcertantes de la novela, pues es el que más cuesta asimilar. Sin embargo, si se supera y acepta el choque que provoca este momento, lo que viene a continuación es un exigente ejercicio religioso y literario de intentar explicar a los lectores contemporáneos la relación de Dios entre sí y con los hombres, relación que, en el caso de Mack, está condicionada por La Gran Tristeza y por el aparente desdén con el que Dios asume la trágica muerte de Missy.
Papá, Jesús y Sarayu charlan ese fin de semana con Mack, le explican sus puntos de vista, contestan a sus preguntas. Salen a relucir ideas tan profundas como la reconciliación, el dolor, el perdón, la caridad y, sobre todo, el amor de Dios por cada una de sus criaturas. Y la libertad, que lleva a Dios a aceptar las consecuencias, a veces negativas, que tienen las acciones de los hombres, como sucede en el caso de Missy.
Para lectores alejados
Es en estas conversaciones, tranquilas e interesantes, a ratos densas, donde reside lo mejor de este libro y, con diferencia, más el dramático argumento de la muerte de Missy, lo que más influye en los lectores. Por eso La cabaña también ha levantado expectación en Internet, donde muchos lectores han opinado sobre lo que ha supuesto su lectura. En la página de Amazon, hay hasta el momento 546 reseñas de los lectores.
Para la mayoría, alejados de la vida religiosa y con una inexistente o débil formación en cuestiones espirituales, su lectura les ha llevado a una apertura a la trascendencia. La cabaña les ha ayudado a replantearse su vida y su relación con Dios, y a descubrir un Dios cercano, interesado en la vida de los hombres, que tiene sensibilidad ante el sufrimiento humano. Más mella ha hecho todavía en lectores con problemas personales o que atraviesan un periodo de dificultad por enfermedad, reveses familiares, crisis afectivas, etc. Otros lectores, más exigentes y con más experiencia personal en su relación con Dios, ven en la novela asuntos doctrinales que les chirrían. Por ejemplo, la representación de la Santísima Trinidad (especialmente del Espíritu Santo, un personaje con rasgos propios de cierta mentalidad New Age); el valor que se da a la Biblia; algunos comentarios de Jesús sobre la Iglesia y las instituciones; el papel que tienen los sueños y las revelaciones; las consideraciones sobre el infierno, etc. Un lector católico echará en falta referencias a los sacramentos o la Virgen. Pero tampoco cabe esperar que una novela intente abarcar una exposición teológica.
El libro ha tenido una especial acogida en el mundo protestante, aunque el autor, en una entrevista, ha confesado que “el libro no tiene que ver nada con cultura y religiones, sino que es una manera de comunicarse con Dios”. En la novela, evita el autor entrar en cuestiones que podían provocar una división o sembrar ideas polémicas que se aprecian de una u otra manera entre los protestantes y los católicos. En este sentido, Young se queda en el terreno de las generalidades -profundas generalidades-, actitud que lleva consigo también el peligro de adaptar la religión a las aspiraciones más subjetivas y sentimentales, dentro de una espiritualidad difusa.
El principal acierto de La cabaña es que transmite a los lectores un auténtico sentimiento religioso y espiritual. Esta es su novedad. Su lectura puede provocar que los lectores que viven alejados de la religión y de Dios se planteen algún tipo de cambio o busquen más información o inicien un camino de vuelta a su religiosidad perdida. Por último, además, conviene no olvidar que estamos ante una novela, con las ventajas y los condicionantes que esto supone.
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(1) William Paul Young. La cabaña. Espasa. Madrid (2009) 256 págs. 16,90 €. T.o.: The Shack. Traducción: Enrique Mercado González.