Ediciones B. Barcelona (2002). 414 págs. 21 €. Traducción: María Antonia Menini.
En su regreso al terreno que mejor conoce, John Grisham ha decidido no poner en el primer plano de la narración intereses económicos gigantescos (poco más de tres millones de dólares), ni batallas judiciales espectaculares (sólo una descripción indirecta de los juicios contra las multinacionales farmacéuticas), ni acciones de violencia física impactantes (salvo el susto de un ladrillo que rompe una ventana)… Esta vez sigue paso a paso la peripecia de Ray Atlee, profesor de Derecho de la Universidad de Virginia, desde el día en que su padre le convoca para discutir los términos del testamento. Sin embargo, cuando llega lo encuentra muerto con el testamento a su lado y, al descubrir tres millones de dólares en cajas dentro de un armario, decide ocultarlos hasta ver cuál es su origen, sin informar tampoco a su hermano pequeño, drogadicto desde hace muchos años. Comienza entonces sus averiguaciones para contrastar la honradez de su padre, un antiguo y respetado juez: intenta descartar que haya ganado el dinero en el juego, que haya recibido sobornos… Entretanto, alguien le hace saber que también quiere el dinero.
Excelente narración, tranquila, detallista, centrada por completo en el personaje principal, con numerosas frases certeras y distintas derivaciones que atrapan el interés del lector a la vez que lo distraen del desenlace preparado por el autor. Contra el fondo de un ambiente sureño provinciano y de una sociedad cuyos tejidos familiares se deshacen, están bien dibujados los caracteres y las vidas de los personajes: los secundarios, el viejo juez autoritario, su antigua secretaria y amante, su amigo el abogado experto en divorcios; los principales, el cuarentón y recién divorciado protagonista, y su hermano pequeño Forrest («un desastre viviente y ambulante, un niño de treinta y seis años cuya mente se había embotado por efecto de todas las sustancias legales e ilegales conocidas en la cultura americana»).
Quizá por ser un relato menos vistoso y más cercano que todos sus anteriores thrillers, Grisham ha decepcionado a parte de sus incondicionales. Sin embargo, otros se lo agradecemos.
Luis Daniel González