Nacido en 1943, Eduardo Mendoza inicia con esta obra, cuarta de las que hasta ahora lleva publicadas, una etapa de madurez, caracterizada por una mayor densidad en el planteamiento y desarrollo de la trama novelística. La ciudad de los prodigios es Barcelona, lugar donde transcurre la acción, a lo largo de los años comprendidos entre las dos Exposiciones Universales que se celebraron allí, en 1888 y 1929 respectivamente.
Aunque es la capital catalana la auténtica protagonista, con toda su intensa efervescencia vital, era necesario un personaje humano que, en cierto modo, la encarnase. Para este papel el autor escoge a un muchacho recién llegado del campo, pobre, ignorante y aprendiz de anarquista en 1888, que llegará a 1929 convertido en un hombre rico y poderoso al que solo le falta conseguir la felicidad. Su historia, múltiple, agitada, llena de sobresaltos, trampas y enredos, es un continuo juego con el engaño y el delito, por el afán de conquistar el mundo a base de falsedad y falta de escrúpulos. Es como un símbolo de la trayectoria recorrida, a finales del siglo XIX por la propia Barcelona, que dejó de ser pequeña y provinciana, para alcanzar momentos de esplendor, a cambio de perder su plácida fisonomía original en aras del interés y la especulación.
Montado sobre una mezcla de realismo social y surrealismo irónico, el argumento se despliega en una ingente cantidad de acontecimientos, auténticos unos, imaginarios otros, que constituyen una parodia, a veces esperpéntica, de la burguesía barcelonesa de la época. Esta pretendida crónica testimonial, ingeniosa y punzante, por querer ser tan completa y polifacética, al final resulta acumulativa en exceso. Se ve además entorpecida por falta de diálogos que agilicen los largos pasajes descriptivos o narrativos. La obra queda así en una caricatura intelectualizada, cruda y desgarrada, que por no encontrar su punto de equilibrio conduce a un desenlace extravagante y efectista. Más que una ficción auténticamente artística, lo que Eduardo Mendoza ha conseguido es una imagen cruda y amoral de la prosperidad conseguida por Barcelona en el período finisecular.