Paidós. Barcelona (2002). 324 págs. 18 €. Traducción: Ramón Vilà.
Al economista Jeremy Rifkin le gusta hacer grandes síntesis sobre tendencias que indican «cambios de era». En El fin del trabajo aseguraba que la tecnología de la información haría inútil la mayor parte del empleo (cfr. servicio 148/96). En La era del acceso advertía que estamos pasando de una época basada en el mercado y la propiedad material a otra donde lo importante son las redes y el acceso a experiencias (cfr. servicio 127/00). Su último libro anuncia el tránsito de una civilización fundada en el petróleo a la era del hidrógeno.
Como de costumbre, Rifkin adopta un tono profético, matizado en este caso por una perspectiva optimista. Su diagnóstico es que nos encaminamos hacia una crisis energética, porque el aumento imparable del consumo de energía no puede ser cubierto con las fuentes tradicionales. Aunque reconoce que no hay consenso entre los expertos, piensa que la producción de petróleo empezará a declinar dentro de 15 a 30 años, y lo mismo ocurrirá algunos años después con el gas natural.
Las reservas a sus tesis surgen ya ante este diagnóstico. Nadie niega que los combustibles fósiles no son inagotables. Pero desde la crisis del petróleo de los años 70 se ha visto que siempre se han descubierto más reservas de las esperadas, y la fluctuación del precio del petróleo no muestra un alza continua que indicaría escasez.
En cualquier caso, bastaría, según Rifkin, optar por el hidrógeno, que es el elemento más abundante del universo, energético y no contaminante. El problema está en que el hidrógeno, como la electricidad, no es una fuente primaria de energía: hay que producirlo. Para aislar el hidrógeno es necesario gastar energía (fósil, renovable o nuclear), y es aquí donde la propuesta de Rifkin despierta más críticas. Rifkin confía en que el aumento del rendimiento de las energías renovables permita que, a partir del viento y con pilas de hidrógeno, cada habitante del planeta pueda producir la energía que necesite, y vender la sobrante a una red universal. Pero hasta ahora ni los más partidarios de las energías renovables piensan que basten para asegurar las necesidades del planeta. Otros críticos hacen notar las dificultades de almacenamiento del hidrógeno, gas extremadamente inflamable.
No es inverosímil un automóvil movido por hidrógeno, y de hecho la General Motors ya ha presentado un prototipo. Pero de ahí a presentar el hidrógeno como «combustible eterno» y económico, como hace Jeremy Rifkin, hay un buen trecho. Aparte de que dar a entender que el hidrógeno es una fuente de energía ilimitada y barata puede llevar a no preocuparse por el ahorro de energía.
Juan Domínguez