Mondadori. Barcelona (2002). 477 págs. 17,50 €. Traducción: Aurora Echevarría.
La afición de Gore Vidal (West Point, 1925) por la novela histórica no es nueva (En busca del rey, Juliano el Apóstata, Lincoln, Imperio). La edad de oro, publicada hace dos años en Estados Unidos, aborda la vida política y social de ese país en el decenio 1944-1954, sirviéndose de un cúmulo de personajes. Ninguno de ellos asume el protagonismo convencional, que -si acaso- reside en la familia Sanford, un clan ubicado en el ala izquierda del partido demócrata, que tiene la propiedad de un periódico de Washington, rival del Post. Todos, gente guapa e influyente, se mueven en el entorno de la Casa Blanca y peroran en conversaciones y cabildeos urdidos por Vidal para poder explayarse y poner en boca de otros sus opiniones sobre ese periodo de la historia norteamericana.
El ambiente enrarecido de las camarillas de consejeros y políticos afectos o desafectos a cada presidente (especialmente Roosevelt y Truman) ocupa la mayor parte del casi medio millar de excesivas páginas del libro. Tras los acontecimientos en torno a la Guerra Mundial, se ocupa del surgimiento de Rusia como potencia, de la crisis del puente aéreo de Berlín, del mundillo artístico y cultural en Hollywood y Nueva York, de la influencia de los grandes rotativos, del informe Kinsey sobre la conducta sexual de los norteamericanos, etc.
En la solapa se describe al autor como «analista de la cultura de los EE.UU.». Parece claro que esta novela histórica responde a este pie forzado, realizado desde la ribera de la «izquierda divina»: desprecio del miedo a los peligros del comunismo, ataque a la política de imperialismo yanki, repulsa de la caza de brujas del senador McCarthy, admiración rendida a las vanguardias artísticas que se mueven contra la moral establecida, alusiones despectivas al Vaticano y a los católicos, etc.
El narcisismo pedante de Vidal (que aparece repetidamente en la novela) y lo artificioso de los diálogos, enclavados en situaciones endebles desde el punto de vista narrativo, conforman un relato marchito y farragoso. Quizás hubiese sido preferible la exposición abierta y documentada de las opiniones del autor sobre los hechos y personas que describe: como novela histórica La edad de oro es un fiasco, como historia novelada está falta de peso y rigor.
Alberto Fijo