La educación está en crisis; la afirmación es aceptada por un amplio espectro de personas, si bien son distintos los modos de intentar resolver esa situación. Sorprende que Maritain, en 1943, fecha en la que escribe el contenido principal del libro, señale ya la causa fundamental de la crisis: no es una crisis pedagógica sino antropológica. Si se desconocen las cuestiones básicas sobre la naturaleza del ser humano, el educador se pierde.
La educación es un arte, decía Maritain, pero el error más grave es olvidar su fin. Si no sé quién es el hombre, a lo más que puedo tender es a ofrecerle una instrucción técnica. Otro error cercano es equivocarse en la respuesta a la pregunta ¿quién es el hombre? Toda negación de la dimensión trascendente del hombre conduce a negar la parte espiritual de su educación. Si el ser humano es sólo materia, la libertad no existe; se hablará entonces de adiestramiento, o la educación se limitará a planteamientos pragmáticos, sociológicos… A lo largo de los últimos siglos se han dado diversos sesgos reduccionistas; uno de ellos fue el intelectualismo; otro el voluntarismo. Ahora cabría hablar del emotivismo, pero Maritain no lo menciona pues en 1943 no era un desenfoque tan extendido. En todo caso, cuando no se respeta la realidad completa de la persona humana, la educación deja de ser integral para adquirir un sesgo reduccionista.
El libro consta de seis capítulos. Es en los capítulos segundo y cuarto donde se centra en las cuestiones esenciales. En un caso aborda lo que considera esencial en la educación y en el otro, los desafíos de la educación actual. Salvo algunas cuestiones muy coyunturales, el resto de los temas tienen permanente actualidad. Llama la atención su afirmación de que se irán eliminando las barreras sociales entre los trabajos manuales e intelectuales; o su convicción de que si considera a la educación cristiana la más idónea es porque se ajusta a la realidad del ser humano.
Dentro de su propuesta curricular, Maritain establece la adquisición de una sólida y amplia base humanística como una necesidad previa a la especialización. Una especialización prematura resulta perjudicial; por eso “la labor universitaria debe encontrar su complemento en la tarea de los institutos de investigación avanzada”. Se queja de que los jóvenes contemporáneos “saben mucho acerca de la materia y los hechos naturales, pero casi nada sobre el alma” y por eso destaca la importancia de las humanidades.
Es importante la pedagogía, pero, ante la verborrea de quienes pretenden reducir todo a técnicas pedagógicas, no viene mal que se nos recuerde la importancia de acertar en los fundamentos antropológicos, sin los cuales todo lo demás se viene abajo.