Excelente narración, intensa y bien construida, con toques bromistas y numerosos incidentes que atrapan y mantienen el interés del lector página tras página. Comienza en Texas en 1866, después de la Guerra de Secesión, con el interrogatorio de un juez al joven Benjamin Shreve, de 17 años, para dilucidar si un tal Clarence Hanlin es el culpable de la muerte de varios hombres. Pero Benjamin tiende a dar demasiadas explicaciones y el juez, que ha de marcharse, le pide que le mande su testimonio por escrito.
Así lo hace Benjamin en sucesivas cartas. Primero le cuenta su historia familiar: que su padre falleció hace unos años y vive con su hermanastra Samantha, una chica mulata con la cara desfigurada por el ataque de una pantera que mató a su madre. A partir de ahí, cuando él tiene unos 14 años y su hermana unos 12, comienza una singular expedición: Benjamin, Samantha, un bandido mexicano y un viejo predicador con un perro, siguen el rastro de la pantera, un animal ya legendario por el que, según sabremos más adelante, se ofrece una gran recompensa. Pero Hanlin, a quien Samantha había disparado y cortado un dedo antes de que comenzaran su viaje, también les sigue a ellos.
La novela se apoya, sobre todo, en la personalidad amable y en la forma de contar ingenua y directa de Benjamin —inspirada, según dice la autora en los agradecimientos, en un libro de memorias del siglo XIX—, y en el carácter insufrible de su hermana Samantha, una chica definida por él como fanfarrona, marimandona, que nunca trabaja y siempre se está quejando, pero valiente hasta la temeridad cuando ha de arriesgarse por su hermano, e insoportablemente tozuda. Entre los demás personajes es también convincente el predicador, un hombre bueno que logra calmar a la enfurecida Samantha, siempre obsesionada con matar a la pantera ella misma.