Publicado en catalán en 2008, este ensayo escrito por Gegorio Luri (Navarra, 1955), doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, tuvo una excelente acogida y provocó un intenso debate sobre la calidad del sistema educativo español. Escrito desde la experiencia personal -Luri es profesor universitario pero ha sido también maestro de Primaria y profesor en Bachillerato-, La escuela contra el mundo coincide en muchas cosas con otros libros parecidos que denuncian la ausencia de sentido común en las aulas españolas y en los procesos de aprendizaje y el predominio de corrientes pedagógicas y psicológicas que han ido directamente en contra de los alumnos y del sistema educativo. Entre otros libros podemos destacar los escritos por José Sánchez Tortosa, El profesor en la trinchera, los dos libros de Ricardo Moreno –De la buena y la mala educación y Panfleto antipedagógico– y, también, los de Javier Orrico, José Ramón Ayllón, Inger Enkvist, Toni Sala y Mercedes Ruiz Paz. Si algo demuestran estos libros, muy leídos entre los docentes, es la inmensa distancia que separan las teorías oficiales (las manejadas por los políticos en el poder y algunos sindicatos más o menos oficialistas) de lo que se vive y palpa en las aulas.
No parece, sin embargo, que sea fácil ponerse de acuerdo, como se ha demostrado en España con el frustrado Pacto Social y Político por la Educación propuesto por el ministro del ramo, Ángel Gabilondo. El contexto político y económico no parecía el más indicado para alcanzar ningún tipo de acuerdo, más todavía cuando el partido que está en el poder, el PSOE -el protagonista de las leyes educativas españolas de los últimos 30 años- no estaba dispuesto a reconocer sus fallos ni a retocar ni renovar su modelo educativo, anclado en un progresismo y utopismo que el autor de este ensayo, Gregorio Luri, considera en buena parte culpable de los males que aquejan la educación española.
Gregorio Luri conoce de primera mano lo que está pasando en las aulas. En su ensayo aparecen datos y estadísticas que hacen una radiografía veraz del estado de salud de la educación; además, utiliza datos y referencias internacionales que sirven para analizar el éxito y el fracaso de otros modelos educativos. A la vez, Luri va al fondo de las teorías sobre las que se sustenta el modelo pedagógico imperante. Su análisis, crítico con este sistema, y sus propuestas, que derrochan un sano optimismo, convierten este libro en un interesante punto de partida para volver a debatir qué esta pasando en la educación española, deporte al que está abonada la sociedad desde hace ya muchos años sin que los responsables políticos sepan poner el cascabel al gato. Peor todavía. En vez de reconocer los errores de un modelo anclado en un utopismo que promueve un infantilismo estéril entre los alumnos, se abren heridas que tienen que ver con una guerra escolar entre los modelos público y privado que nadie desea, salvo determinados políticos y determinados sindicatos, a los que viene bien, quizás, para camuflar la realidad del sistema educativo.
En este sentido, los contenidos del borrador de decreto sobre los conciertos educativos -ahora en proceso de debate- y la eliminación del concierto de algunos colegios donde se imparte enseñanza diferenciada demuestra que para el partido en el poder la demanda de las familias y la libertad de opciones para escoger modelo siempre están a expensas de la programación por parte de las administraciones educativas y de la implantación de la escuela pública -a la que, como suele ser habitual, rodean de todos los ponderativos inimaginables (democrática, activa, laica, científica, coeducadora, plural, igualitarista, pacifista, multiculturalista, espontánea, anticapitalista…)-, aunque, como se demuestra con la perseverante oposición a que se imparta la asignatura de Religión en los centros públicos, el pluralismo y la diversidad religiosa esté absolutamente descartado.
El ensayo de Luri tiene muy en cuenta la perspectiva histórica para entender la situación actual. Por ello, parte de las aportaciones de John Dewey (1859-1952), el padre de la educación progresiva. La crítica se extiende a sus seguidores -Francesco Tonucci, Ivan Illich, Paolo Freire, J. L. Kincheloe- y, de manera especial, a las aportaciones de lo que el autor define como “nacionalconstructivismo”. Las objeciones que el autor pone a la implantación del constructivismo en las leyes españolas no tienen desperdicio (páginas 76 y 77). De manera telegráfica, enumero algunas: “El constructivismo devalúa la relación entre el alumno y el profesor”, “reduce la autoridad del maestro y niega la objetividad del saber”; “los constructivistas tienen dificultades para entender la existencia de alumnos intelectualmente desmotivados que hacen de su desmotivación intelectual un gesto de afirmación identitaria”. Esto explica, en parte, la escasa reacción para combatir el fracaso escolar (más del 30%), el principal lastre de la educación española. Este folklorismo pedagógico (pedagogía de la New Age la llama el autor) es el responsable de la situación actual. Para combatir tanto inútil experimento, Luri recomienda actualizar los valores que siempre han funcionado en la educación: incrementar la confianza entre los padres y los docentes y situar al profesor y su papel transmisor en el centro del proceso educativo.
Muchas ideas sugerentes contiene este ensayo. Numerosos lectores han destacado la lucidez con que Luri a cuestiona tópicos y la sencillez de sus valientes propuestas educativas. La lectura de este libro es un homenaje al sentido común en la educación. Lo triste, sin embargo, es comprobar lo que cuesta encontrar hoy día este sentido común, pues todavía hay muchos que siguen utilizando la enseñanza para otro tipo de fines -políticos, morales y sociales- distintos a los estrictamente educativos. Tras tantos años de llevar la batuta, el inmovilismo les sigue saliendo rentable.