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La experiencia integral

EDITORIAL

CIUDAD Y AÑO DE EDICIÓNMadrid (2015)

Nº PÁGINAS364 págs.

PRECIO PAPEL19,90 €

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El personalismo es una propuesta filosófica tan interesante como amplia y compleja, por lo que calificar a un pensador de personalista exige una mayor concreción. No todo personalismo se adhiere al realismo, por ejemplo, ni tampoco suscribe una determinada opción ontológica. Esta pluralidad ha restado atractivo y potencia especulativa a una concepción que resulta imprescindible en un contexto en el que se presentan tantos desafíos a la dignidad personal. Clarificar las bases de esta perspectiva filosófica, fundamentarla con rigor, constituye una tarea inexcusable.

Juan Manuel Burgos, presidente de la Asociación Española de Personalismo, ha estudiado en otros trabajos las diversas filosofías que se podrían encuadrar bajo el nombre de personalismo y hay que agradecerle esta labor. Pero su aportación principal ha sido la de ofrecer su propia versión del personalismo, el personalismo ontológico moderno, basándose en la obra de Karol Wojtyła, a quien ahora recurre para aclarar la perspectiva metodológica de su filosofía personalista.

En Persona y acción se encuentra, a juicio de Burgos, la metodología propia de una corriente de pensamiento que, como la del personalismo, es original y no una síntesis de filosofías heterogéneas, como algunos sostienen, basadas en la prioridad del ser personal. En un profundo diálogo crítico con la fenomenología y el tomismo, Wojtyła propone una ampliación de la experiencia, redimensionándola tanto vivencial como cognoscitivamente. La experiencia –la experiencia integral– se convertiría en el fundamento de la reflexión filosófica y crítica al ser el camino que tiene el hombre para acceder al mundo y a su propia condición personal.

Pertrechado con este método, el personalismo puede ubicarse como una alternativa solvente a otras corrientes filosóficas e incluso como la filosofía adecuada para solventar la disyuntiva entre subjetividad y objetividad que nace con el pensamiento moderno y que subyace, aunque reformulada, en gran parte de la filosofía actual.

Con esta concepción de la experiencia, Wojtyła enmienda el tomismo y lo enriquece, ya que de otro modo este estaría condenado a eludir la dimensión subjetiva y a acallar un rasgo esencial de la persona. Por otro lado, se aleja de la fenomenología. A pesar de la promesa de “volver a las cosas mismas”, Husserl sorteó la experiencia real en su inacabable búsqueda de lo eidético. Y, para Burgos, tampoco las correcciones realistas de la fenomenología –Hildebrand o Seifert– serían suficientes para superar las deficiencias ontológicas que la aquejan.

La experiencia salva a la filosofía del primado de lo mental y adentra al filósofo en la realidad concreta de la persona y del mundo. La noción de experiencia que propone Burgos de la mano de Wojtyła no transige con el empirismo: constituye una vivencia con contenido cognoscitivo e intelectual e integra lo objetivo y externo con lo subjetivo o autorreferencial. Como propedéutica, la experiencia integral no liquida la actividad filosófica, que profundizaría en las comprensiones espontáneas basadas en ella. Se llena así la laguna metodológica del personalismo y se reconstruye una corriente filosófica sólida y con capacidad de interlocución en los debates teóricos de hoy en día.

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