Glucksmann, uno de los jóvenes intelectuales franceses conocidos como “nuevos filósofos”, hace aquí su contribución al debate sobre el pacifismo y la instalación de misiles en Europa. El antiguo izquierdista de mayo del 68 es de los que creen hoy que la paz está más amenazada por el pacifismo ingenuo que por la disuasión nuclear.
Los movimientos pacifistas buscan la paz a cualquier precio, pensando que, si no se presenta resistencia al adversario, este no se creerá amenazado y, por lo tanto, no sentirá la necesidad de agredir. Pero, hace notar Glucksmann, la historia nos demuestra que en los genocidios sufridos a lo largo de este siglo por armenios, judíos o camboyanos, los agresores se encontraron con poblaciones pacíficas que apenas ofrecieron resistencia, lo cual no contribuyó precisamente a detener a sus verdugos. De nada vale amar la paz cuando el adversario solo busca una paz que asegure su dominio. Por eso, el autor suscribe la frase de Kant: “Entre el mejor de los mundos y el cementerio suele haber únicamente el intervalo de una sonrisa”.
La paz no puede concebirse como un fin en sí mismo, sino como una condición necesaria para la vida. Para una vida que el hombre pueda vivir con dignidad. Y esa vida no tendría sentido, si el precio para conservarla fuera vivir sin libertad. Por ello, Glucksmann asegura: “Prefiero correr el riesgo de perecer con un hijo mío entre los brazos en un intercambio de Pershing y SS-20 que ser encerrado para siempre en una Siberia planetaria”. Los pacifistas a ultranza solo ven el riesgo de exterminio físico, pero parecen ignorar ese otro peligro de la aniquilación del espíritu.
Tal actitud desequilibra ya la balanza de poder a favor del comunismo. Los SS-20 soviéticos que apuntan a Europa occidental no están ahí con el único fin de ser disparados, sino también de ganar una batalla psicológica. Tratan de romper los esquemas mentales de Occidente, en una guerra de nervios que Moscú gana desde el momento en que países como Alemania Federal están pasando del atlantismo puro al sovietismo mudo.
Suponiendo que Europa abandonara el armamento nuclear, ¿desaparecería así el riesgo de guerra? Nada menos seguro, como lo prueban los conflictos que actualmente hay desencadenados en distintas partes del mundo. Europa occidental, con sus niveles de libertad y desarrollo económico, es algo subversivo por sí mismo a los ojos de los dirigentes soviéticos. Por eso, el desarme nuclear unilateral sería algo tan suicida como tratar de convencer a un adversario armado con un revólver de que, si nosotros no llevamos ninguno, él no sentirá tentaciones de emplear el suyo.
No hay que equivocarse de adversario, viene a decir Glucksmann. Fueron los soviéticos quienes instalaron previamente los SS-20, reforzando así la superioridad que ya tenían en armamento convencional. Frente a esta amenaza, nuestro continente no debe descuidar su propia defensa esperándolo todo de los Estados Unidos. De lo contrario, se repetirá en Europa el mismo caso que ya se ha dado en la historia con civilizaciones prósperas, que no sobrevivieron por mucho tiempo a la sombra de tiranías poderosas, inquietas y bastante menos desarrolladas.