El relato de la periodista Marga Minco se inicia en Breda, donde residía en 1938 junto a sus padres, y termina poco después con ambos progenitores muertos. La misma suerte seguirían sus hermanos, Bettie y Dave, y la mujer de este, Lotte. La de Minco es una de tantas historias de judíos que acompañaron la invasión alemana de Holanda en mayo de 1940.
La gran diferencia reside en la propia Marga. Algunos años después de la liberación, fue capaz de rechazar voluntariamente todo dramatismo y escribir una obra íntima y llana. En la mente de Marga Minco, durante la ocupación una joven de poco más de 20 años, los acontecimientos se suceden a su debido tiempo, con ingenuidad y sin resquicios para los sentimientos. Estos ya los pone el lector, sabedor de las consecuencias de las decisiones, o tal vez de la falta de decisiones que rodean el quehacer de la familia judía, convencida, al menos al principio y a pesar de las humillaciones, de que “eso” sucedía a otros, pero no a ellos.
La vida de la familia Minco se va convirtiendo en una ratonera al compás de unos hechos que no por conocidos dejan de ser terribles. Marga es solo una adolescente y, al contrario que nosotros, no sabe que los gatos no respetan a los ratones. Pero lo intuye. Por eso escapa antes de que los alemanes puedan darle caza, llevándose consigo un equipaje repleto de remordimientos, los de haber dejado a su familia a merced de los animales.
Esta penitencia le acompañará durante toda su vida. Tras la guerra, que pasó oculta, sus recuerdos del asedio nazi no solo quedarían plasmados en La hierba amarga, su primera novela, inédita hasta ahora en castellano. Dos años antes, entre 1953 y 1955, vio la luz la primera serie de piezas autobiográficas; y a partir de 1959 se sucedieron otras obras; la última de ellas, De glazen brug, fue publicada en 1986.