EUNSA. Pamplona (2002). 196 págs. 9,62 €.
Esta monografía, elaborada por dos investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid, plantea una cuestión poco tratada por los historiadores: la actitud de la Iglesia ante la esclavitud de los negros. Gregorio XVI la condenó en 1839, pero ¿por qué no hubo otras condenas de esa índole en los tres siglos anteriores? La opinión más extendida es que la Iglesia se mostró permisiva en este asunto y se limitó a procurar la cristianización y el buen trato de los esclavos. Otra creencia muy difundida es que los teólogos y juristas españoles de los siglos XVI y XVII, entre los que se contaría Bartolomé de Las Casas, apoyaron la prohibición de someter a esclavitud a los indios, pero su actitud fue muy diferente en el caso de los negros.
De la lectura de obras de aquel período y de investigaciones en archivos peninsulares y americanos se extraen, en cambio, conclusiones muy diferentes. Es verdad que hubo teólogos y juristas que apoyaron los intereses de la Corona en este campo y se aferraron a las teorías de Aristóteles sobre la servidumbre natural de los hombres, con independencia de que defendieran la evangelización y el buen trato de los esclavos. Pero también es cierto que a lo largo del siglo XVI se oyen algunas voces discrepantes empezando por la del propio Las Casas, que no tuvo ningún reparo en censurar la conducta de las autoridades portuguesas en el tráfico de negros. En la misma época los dominicos Domingo de Soto, Alonso de Montúfar y Tomás de Mercado, así como un jurista laico, Bartolomé Frías de Albornoz, condenaron tajantemente el tráfico de esclavos y arremetieron contra el consabido argumento de que la esclavitud era conveniente para los negros, pues les daba la oportunidad de hacerse cristianos. Ellos aducían que la fe no puede imponerse a nadie por la fuerza y hacían hincapié en la contradicción que suponía tener esclavizados a cristianos.
La polémica llegó a su momento álgido en el reinado de Carlos II, cuando fray Francisco José de Jaca y fray Epifanio de Morains, dos capuchinos españoles dependientes de la congregación pontificia Propaganda Fide, llegaron a plantear al Santo Oficio romano que condenara la esclavitud de los negros. No hubo silencio de Roma, pero sí impotencia por una razón que no pocas veces suele olvidarse: los obispos españoles y portugueses, así como la mayoría de los misioneros en América, no dependían de Propaganda Fide sino del Regio Patronato de Portugal y España. En una palabra, el regalismo de las monarquías ibéricas, con la consiguiente confusión entre los ámbitos político y espiritual, fue determinante para que la cuestión del tráfico de esclavos tuviera escaso eco. En la práctica prevalecieron los intereses económicos por encima de las disputas jurídico-teológicas. Esto explica también que todavía en el siglo XIX, cuando esas disputas se habían apagado hacía tiempo y los regímenes políticos habían cambiado, fueran países católicos como España, Portugal y Francia los últimos en abolir la esclavitud en sus colonias.
Antonio R. Rubio