Crítica. Barcelona (1995). 295 págs. 2.800 ptas. Edición original: París (1992).
La palabra «medieval» no sirve sólo para designar una época; se emplea también como signo de oscurantismo, de barbarie, de objeto de desprecio. Se condenan así en bloque nueve o diez siglos de historia de la humanidad, que serían como una noche de los tiempos entre dos épocas gloriosas, la Antigüedad clásica y el Renacimiento. El estereotipo no engaña a los expertos, pero sigue profundamente anclado en la memoria colectiva.
En los últimos tiempos, sagaces autores, como la francesa Régine Pernoud, se han esforzado con éxito en rehabilitar la Edad Media, exponiendo sus indudables realizaciones. El también francés Jacques Heers, profesor de historia medieval de la Universidad de la Sorbona (París IV), comparte con estos autores su malestar por los tópicos que suelen decirse sobre la Edad Media. Pero lo que pretende es afirmar que esa Edad Media no existió en realidad: «no es más que una noción abstracta forjada a propósito, por distintas comodidades o razones, a la que se ha aplicado a sabiendas ese tipo de oprobio». Y su empeño es mostrar los orígenes y el mecanismo de esa «impostura intelectual».
Su discurso pasa revista a varios aspectos claves. En primer lugar, advierte que la idea de un corte radical entre lo que se ha dado en llamar Edad Media y el Renacimiento puede ser cómodo por razones pedagógicas, pero distorsiona la realidad. Pues muchas de esas manifestaciones que nos parecen típicas del Renacimiento están ya presentes en los siglos medievales. La idea de la fractura fue lanzada por los humanistas italianos, deseosos de hacer valer su originalidad, y reforzada por los historiadores protestantes, encarnizados contra la Iglesia medieval.
La imagen tópica de los «tiempos feudales», en la que los desorbitados derechos de los señores provocaban la condición miserable de los campesinos, es también discutida por Heers. Pues los estudios de especialistas del mundo rural obligan hoy a precisar las jerarquías y la movilidad en el medievo, sin que quepa hablar de una sociedad dividida en dos bloques y petrificada.
Otra tara indeleble de la Edad Media sería el oscurantismo segregado por la Iglesia, con una religiosidad popular teñida de supersticiones. Jacques Heers atribuye el origen de esta imagen detestable de la Iglesia medieval a la acción propagandística de los filósofos de la Ilustración y al anticlericalismo virulento del siglo XIX. Pero los que se presentaban como enemigos del oscurantismo no tuvieron inconveniente en inventar leyendas sobre la Edad Media como las de los terrores del año mil, la de la papisa Juana o exageraciones ridículas sobre la Inquisición. Heers recoge un buen florilegio de lo que decían al respecto los manuales de la escuela francesa a finales del siglo XIX, escritos por autores que decían defender la libertad de pensamiento. «¿Es inoportuno preguntarse -dice- si esos redactores de manuales, a sueldo del Estado y de una corriente de opinión determinada, se cuestionaron si el aporreamiento intelectual, el terrorismo cultural impuesto por sus libros y por los maestros que los citaban, dejaban a los alumnos la facultad de pensar sanamente y de elegir sus propias opiniones?».
Este libro de Jacques Heers, al desbaratar una buena parte de los prejuicios con que solemos acercarnos a la historia medieval, contribuye a ampliar la libertad de pensamiento.
Ignacio Aréchaga