Libro o, más bien, novela gráfica en el que se alternan tramos cortos de texto con imágenes que narran los hechos al modo de un storyboard cinematográfico.
París, años treinta. Hugo Cabret, de doce años, vive oculto en la estación de tren de París, donde se ocupa del mantenimiento de los relojes sin que nadie se dé cuenta y se las arregla para sobrevivir robando comida donde puede. Esto sucede porque Hugo sabe que lo echarán si se descubre la desaparición de su tío, el anterior mantenedor de los relojes y con quien vivía desde la muerte de su padre. Además, Hugo conserva los planos de un autómata que su padre deseaba poner en marcha e intenta descubrir cómo hacerlo funcionar de nuevo.
La fuerza principal de la historia, y la razón de su éxito, está en que los dibujos a carboncillo, de gran calidad y bien secuenciados, introducen al lector en la historia y le ahorran una gran cantidad de descripciones ambientales que podrían resultar plomizas: en ese sentido se puede decir que es un libro magnífico para no lectores, o un producto con formato libro que es lo más cercano posible a una película. Su defecto mayor es que la parte literaria no es consistente: se ve que los textos tienen sólo una función de puente, las coincidencias son muchísimas, las motivaciones de por qué los personajes actúan de un modo u otro no están del todo claras.
Sin embargo, a favor se pueden decir más cosas: es apropiado que las ilustraciones sean en blanco y negro, pues esto va de acuerdo con la época y comunica un cierto carácter documental al texto; la historia conecta con los sueños de un lector niño-joven de llevar una vida secreta y de tener unas habilidades particulares; está bien recogida la fascinación propia del cine de los comienzos y provoca en el lector curiosidad acerca de los pioneros del cine y, en particular, de Georges Méliès.