La última novela de Peter Handke, Premio Nobel de Literatura 2019, contiene muchos de los rasgos característicos de este prolífico autor que ha frecuentado todos los géneros literarios y ha practicado una escritura de corte vanguardista y experimental. Con razón, la traductora de La ladrona de fruta, Anna Montané Fosasté, señala en una nota final que “las citas y ecos de sus propios escritos son innumerables”. En efecto se ve una tendencia a la reiteración de temas, formas y estilo, tan propia del autor austriaco.
La novela comienza centrándose en el narrador, que se prepara para iniciar un viaje por la Picardía francesa. Para ello, emprende primero el viaje a pie y luego, en París, toma un tren que le acerca a la meseta de Vexin y luego a la Picardía.
En los primeros tramos, el autor se encuentra con unos vecinos y anuncia la aparición de la que va a ser la protagonista del libro, la joven que roba fruta, Alexia. En un momento determinado, ella se apodera de la narración, como si el autor se transformase en esa mujer que va a recorrer aquella zona buscando a su madre, quien a su vez fue la protagonista de una novela anterior de Handke, La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos (2002), en la que era la madre la que buscaba por aquellas tierras a su hija. Ahora, la hija ha regresado después de un lago viaje y una prolongada estancia en Rusia, e intenta encontrar a su madre en ese territorio en el que le van sucediendo cosas extrañas.
El autor califica este viaje de Alexia como “última epopeya”, dando a entender que la vida de ella y de los otros personajes está sumergida en una normalidad que resulta hoy día heroica y hasta dramática, aunque no suceda nada. Solo por el hecho de existir, uno vive “al filo del peligro”, por muy inútiles que sean todas sus acciones, que van a transcurrir al margen de la historia y hasta fuera del tiempo, aunque la novela contiene algunas referencias que remiten a sucesos de la actualidad.
La novela relata los minúsculos detalles de ese viaje de Alexia –con quién se encuentra, qué come, por dónde camina–, sin que aparezcan explícitos los sentimientos interiores de la protagonista ni el sentido del viaje como trama. Para Handke, la incoherencia y la falta de sentido general de lo que hacemos son un símbolo de la desquiciada vida moderna y de la incomunicación. En definitiva, una radiografía de la existencia como una insípida sucesión de mínimos y prescindibles hechos concretos.