Martínez Roca. Madrid (2006). 374 págs. 20 €.
Comienzos del siglo XIII, cuarta cruzada. Álvar Mozo, conde de Sotosalbos, se ha convertido en un ferviente caballero templario. Durante una acción guerrera, encuentra a la que fue su concubina, en trance de dar a luz. Él reconoce su paternidad con conciencia firme, pues todo sucedió antes de profesar, pero algunos hermanos de escándalo fácil y mal disimulada envidia consiguen que se le despoje temporalmente de los hábitos. Sus superiores van a aprovechar esta circunstancia para encomendarle una misión secreta. Partirá, en veste de cruzado, en busca de la santa lanza, aquella con la que Longinos atravesó el costado de Cristo; una reliquia con la que el Papa espera dar moral a los ejércitos cristianos y recuperar la unidad perdida por los cismas y las herejías.
Se diría que el autor asume los planteamientos de la intriga bíblico-eclesiástica al uso. Pero sólo para desacreditarlos al final, en una carcajada burlona. Aquí salen perdiendo lo que un personaje llama «interpretaciones conspirativas» de la historia y las revisiones sensacionalistas de esa misma historia. De hecho, vemos avanzar la acción a golpe de pasiones y de ideales, sin más. Los templarios son lo que dicen ser; los cruzados, una mezcla de piedad y barbarie, y la bondad y la maldad se reparten por igual entre todos los grupos.
Por lo demás, el autor demuestra conocer la ascética cristiana, bien encarnada en el protagonista, fiel a sus votos en medio de un ambiente relajado. Dentro de un género sin pretensiones, de Diego respeta la inteligencia del lector, lo que empieza a no ser común.
Jesús Sanz