Para muchos, Linos es un personaje desconocido de la mitología griega. Hermano de Orfeo, fue víctima de su joven alumno, Hércules, quien le asestó un golpe mortal con su propia lira. Insausti lo toma como imagen de lo que está sucediendo en la Europa de las últimas décadas, en varios sentidos. Por una parte, constituye una justificación de la fuga mundi, que sería la actitud más propia del artista (en parte, como único medio de supervivencia en un mundo tecnificado). Por otra, al menos de modo implícito, describe el actual panorama de barbarie antihumanista, que ha recibido sus instrumentos precisamente de los pensadores y artistas que la han (des)educado.
Conforman el volumen tres ensayos y un epílogo –que es en realidad un cuarto ensayo, apoyado en los precedentes–. El primero de ellos consiste en un particular periplo por la literatura francesa, desde Chateaubriand hasta Max Jacob, pasando por Hugo, Huysmans, Apollinaire, Proust, Péguy, Claudel y otros. El autor sigue la línea de la secularización para mostrar que, en realidad, esta “puede ofrecer secuencias menos lineales de lo que sugiere la lectura habitual de este proceso”. En efecto, de modos muy distintos, todos esos escritores tienen una relación con el Dios cristiano y con lo sagrado, sin la cual su obra resulta ininteligible.
Si el segundo ensayo gira en torno a tres autores que aparecen citados en la encíclica Lumen fidei (firmada por Francisco y Benedicto XVI), Dante, Dostoievski y Eliot, en el tercero explora las raíces y presupuestos del feísmo moderno, del “arte abyecto” y de la voluntad de transgredir que lo caracteriza. ¿Es posible apuntar una salida a esta situación? Insausti lo hace, retomando precisamente los rasgos más propios de la belleza.
El epílogo es, en realidad, un ensayo tan extenso y consistente como los anteriores, centrado en la cuestión que presenta el subtítulo del libro. Por una parte, la cultura europea, marcada hoy por las corrientes posthumanistas que empiezan a realizar la muerte del hombre anunciada por Foucault. Por otra, el cristianismo, que, en general, ante el hecho cultural se ve asediado por tres tentaciones: la asimilacionista, la gnóstica y la numantina (sea en clave de defensa, sea apartándose del mundo). Ninguna de estas opciones constituye una respuesta suficiente, como tampoco lo es la estética “buenista” que se ha impuesto en algunos ámbitos. Una respuesta suficiente pasaría, frente a las tendencias posthumanistas, por una recuperación del valor del cuerpo; y frente al nihilismo, por la actitud de quien está dispuesto a reconocer un don que nos precede y desde el cual es posible crecer.
En cierto sentido, este es el libro de una vida. Las referencias literarias, cinematográficas, artísticas y filosóficas son constantes y profundas; en algunas de ellas se reconocen numerosas conversaciones universitarias. Tiene además el valor de no quedarse en un diagnóstico: descubre un horizonte y propone distintos caminos que es posible transitar.