En ocasiones es arduo, especialmente durante la juventud, sobreponerse al atractivo de esas ideologías quiméricas que prescriben los medios para erradicar la miseria o la injusticia y auguran un período próximo de prosperidad y libertad. Más difícil fue hacerlo durante los años 60, cuando, gracias en parte a las habilidades propagandísticas del bloque soviético y, en parte, a sus contubernios con la intelligentsia occidental, la oferta comunista afloró como una alternativa más decente que la pusilánime democracia liberal.
Mario Vargas Llosa tuvo también que curarse de la fascinación que ejercieron sobre él los sueños marxistas. La llamada de la tribu desvela los remedios intelectuales que le ayudaron a moderar su concepción política y los iconos que mitigaron su radicalismo. Y recuerda que uno de los más eficaces antídotos frente a la conspiración totalitaria –la de ayer, pero también la que hoy se difunde bajo el marbete populista o nacionalista– es familiarizarse con la tradición liberal y tomar conciencia de que todo proyecto utópico, toda política maximalista, todo colectivismo, amenaza la libertad humana y frena el progreso.
Ofrece así en este ensayo el premio Nobel peruano una personalísima galería de pensadores, entretejiendo la presentación de las ideas, en ocasiones excesivamente literal, de Adam Smith, Ortega, Hayek, Popper, Berlin, Aron y Revel con sus respectivas trayectorias vitales. Rinde, de ese modo, un afectuoso homenaje a quienes le “despertaron de sus sueños dogmáticos”, por emplear la expresión kantiana, y, a partir de los principios destilados del escrupuloso y asiduo estudio de sus tesis, elabora una suerte de apología del liberalismo para el nuevo siglo.
Su ambición no es ser novedoso ni original. Pero no carece de pertinencia recordar la relevancia de la libertad y los derechos individuales, las garantías del Estado de Derecho, las ventajas de la democracia representativa y los beneficios –colectivos e individuales, sociales, económicos y culturales– del libre mercado y la libre competencia. Los ídolos que desfilan por estas páginas enseñan que el progreso de la humanidad depende del reconocimiento de esos principios; renunciar a ellos, reitera Vargas Llosa, nos retrotraería al tribalismo.
La admiración que siente el escritor peruano por estos “colosos” no le impide contender con su obra o reconocer sus deslices teóricos. Pero también él adolece de contradicciones. Por ejemplo, la versión del liberalismo que presenta rebaja la complejidad de la filosofía liberal, tal vez por la intención divulgativa del ensayo, y parece juzgar legítimo solo el curso que inicia con la Ilustración. Vargas Llosa es un anticlerical pertinaz y recela de la religión, lo que le aleja de la mayoría de los autores en los que se inspira.
Además, asocia liberalismo y relativismo, y niega la compatibilidad entre la tradición liberal y el conservadurismo, a pesar de que reconoce y valora algunas correcciones intervencionistas. Pero ni el liberalismo es un “invento del XVIII”, ni exige renunciar a las convicciones; tampoco es justo olvidar su diversidad. Puede ser interesante, sin embargo, este libro para quienes deseen introducirse en una rica corriente filosófica a través de un ilustre elenco de autores.