Tusquets. Barcelona (2002). 124 págs. 10 €. Traducción: Amelia Ros y Alejandra Montoro.
Después de El testamento francés (ver servicio 3/97), con la que consiguió en Francia los premios Goncourt y Médicis, las siguientes novelas traducidas al castellano del escritor ruso Andreï Makine (Siberia, 1957), A orillas del amor (ver servicio 69/01) y El crimen de Olga Arbélina (ver servicio 7/02), se habían alejado del clima, la fibra moral y la ambientación de su primera y lograda novela. En la última de ellas, La música de una vida, reaparecen con fuerza e intensidad los mismos temas.
Makine, de origen ruso pero afincado en Francia, regresa en esta narración a Siberia. En una aldea perdida, en una estación de tren poblada de personajes fantasmales que para el narrador son el resumen de lo que Alexandre Zinoviev definió como el homo sovieticus (la estoica aceptación de la miseria y el desamparo), tiene lugar un fortuito encuentro entre el narrador, que regresa de un viaje de Siberia, y un personaje anónimo que carga con sus recuerdos como un pesado fardo. El encuentro comienza de manera muy accidental, cuando el narrador escucha, en una sala de espera atestada de resignación, las notas lejanas de un piano. Los dos emprenden camino de regreso a Moscú, momento que aprovecha la otra persona para contar al narrador algunos sucesos de su vida.
Pocos días antes de su primer recital como pianista, durante los peores años del estalinismo, sus padres son detenidos por la policía rusa. Él consigue huir y se esconde en una aldea de Ucrania donde viven unos familiares. Cuando comienza la segunda guerra mundial, cambia su identidad por la de un soldado fallecido en uno de los combates. Desde ese momento, decide dejar de ser quien es, olvidar su pasado y resguardar para siempre su escondida intimidad. Pero un inesperado suceso, emotivo y dramático a la vez, le juega una mala pasada.
Novela intensa, muy humana, que vuelve a mostrar las trágicas consecuencias que tuvo para la libertad individual la dictadura comunista. Makine reconstruye con acierto una vida hecha añicos que, a pesar de todo, conserva su dignidad.
Adolfo Torrecilla