Desde el nacimiento de la Unión Soviética, sus servicios de inteligencia han contado con un grupo de agentes denominados “ilegales”, cuya misión consiste en establecerse en países extranjeros, en los que actúan como unos ciudadanos más mientras desarrollan sus labores de espionaje. Cuando existía el KGB se agrupaban bajo el llamado Directorio S, y su época dorada coincidió con los últimos años de la Guerra Fría. Considerados la joya de la corona de la agencia, debían mimetizarse con su país de destino, y dedicaban años a aprender el idioma, a empaparse de su cultura, a estudiar a fondo su historia y sus particularidades, y a dotarse de un pasado ficticio que les hiciese indistinguibles de cualquier otra persona nacida en ese país.
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