La primera novela que Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) dio a la imprenta fue Beatus ille, en 1986. Desde entonces, varias veces ha tocado el tema de la Guerra Civil española. Con La noche de los tiempos aspira a lograr la gran novela sobre la contienda.
Si lo ha conseguido o no, sólo el tiempo lo dirá. Pero lo que ya nadie podrá escamotear a Muñoz Molina es haber escrito una novela de primera línea que intenta retratar la España que se dirigía ¿irremediablemente? al enfrentamiento fratricida.
Ignacio Abel es un arquitecto bien situado, republicano y socialista, que viaja a Estados Unidos en octubre de 1936 para tomar posesión de una plaza como profesor visitante. Huye de un Madrid anárquico y sitiado, de un país resquebrajado por la guerra y de una familia con mujer y dos hijos a los que ha traicionado con un amor clandestino que después de voltear su vida se ha hecho imposible.
En ese viaje norteamericano, el narrador Muñoz Molina reconstruirá “setenta y tres años después” la intrahistoria de ese arquitecto, paralela a -y al mismo tiempo inevitablemente entrelazada con- la historia de un tiempo y un lugar.
A esa visión, a pesar de construirse (el personaje, el escritor) inequívocamente desde una izquierda y una izquierda anticlerical, no se le puede negar honestidad y alcance universal. El esfuerzo para huir de la simplificación en su novela se intuye ímprobo. Sin él, la novela quedaría coja.
Además, La noche de los tiempos es ingenio narrativo; una cuidadísima prosa desarrolla unas historias que se despliegan con efectividad y brillantez. Historias sobre personajes de carne y hueso, con profundidad psicológica y coherencia interna.
Dos pegas se le pueden poner a la novela: el énfasis en los pasajes eróticos de la relación adúltera (poco o nada aporta al relato la minuciosidad en los detalles sexuales) y las páginas sobrantes por redundancia para matizar pasajes, sentimientos, reflexiones…