Varlam Shalámov nació en 1907 en Vólogda. En 1926 se trasladó a Moscú para estudiar Derecho. Poco duró su vida de estudiante, pues en 1929 fue condenado a tres años de trabajos forzados por difundir el testamento de Lenin. En 1932, regresa a Moscú, pero en 1937 es nuevamente detenido acusado de “actividades contrarrevolucionarias trotskistas”. Le sentencian a cinco años de trabajos forzados en Magadán (Siberia). Y de nuevo, en 1943, cuando está a punto de cumplir su condena, es otra vez arrestado. Fue liberado en 1953 y falleció en 1982.
A la salida de los campos de concentración decide escribir su experiencia de todos esos años. El resultado son los seis libros que forman Relatos de Kolimá, que no se publicaron hasta 1978 en Londres, en ruso. En España sólo se conocía el primero de los volúmenes, con el mismo título que el conjunto, Relatos de Kolimá, sus conocidas y estremecedoras narraciones cortas. Ahora se publica el segundo tomo, La orilla izquierda, y poco a poco irán apareciendo los demás en la editorial Minúscula.
Junto con los libros de Solzhenitsyn, Relatos de Kolimá es el mejor testimonio de la dureza de los campos de trabajo soviéticos. Shalámov escribe sobre detalles pequeños, sobre personas concretas, sobre mínimos incidentes que transcurren dentro de la vida carcelaria. Allí lo que imperaba era el desprecio más absoluto por la dignidad humana. Como escribe el autor, “a mi alrededor había muerto más gente que en cualquier frente de guerra”.
Al igual que el anterior volumen, La orilla izquierda es, sobre todo, un testimonio literario y humano de primera magnitud. Shalámov sabe poner rostros a la tragedia, contando numerosas historias personales, absurdas, surrealistas (por ejemplo, muchos de los motivos de condena de los detenidos), que demuestran a las claras la arbitrariedad de la justicia comunista y la imposición del terror como estrategia política. Un terror que tiene unas víctimas muy concretas, que son las que Shalámov rescata del olvido, pues todo lo que cuenta procede de su experiencia personal -en muchos relatos él es el protagonista- y de lo que le han contado en los campos en los que estuvo prisionero durante tantos años. Shalámov describe también el proceso de degradación de los presos, con una única obsesión: sobrevivir.