Alba Editorial. Barcelona (2003). 342 págs. 20,60 €. Traducción: Carmen Francí.
Las experiencias teatrales de Henry James (más de una docena) fueron, por lo que se dice, un rotundo fracaso. No es de extrañar: su obra es tremendamente literaria, tan prolija, que no acaba nunca de decir lo que tiene que decir (especialmente en La otra casa); junto a eso es también desmesuradamente ambigua (especialmente en La otra casa): lugares indecisos y brumosos, personas sin perfil preciso, con tantos pliegues y recovecos que no se acaba de conocer nunca a ninguna de sus criaturas.
Esto es, las más de las veces, una de las características más positivas de su literatura, de su estilo, de esa verdad dicha con su propia creación, con vida: el alma humana es inaprensible, y el hombre es una constante de sorpresas para el hombre.
Pero en teatro se requieren unos trazos más breves; mayor claridad, a veces incluso reiterándola por necesidad de llegar al público. Pues esta novela, The Other House, «previamente a su forma novelesca (1896) había sido un guión para una obra de teatro que Henry James pensaba titular The Promise y que, de hecho, desarrolló luego para la escena, con posterioridad a la novela y con el título de ésta», La otra casa. La novela tiene tres partes o libros, que serían los tres actos teatrales. Debió de ser uno de esos rotundos fracasos teatrales porque La otra casa es de una sutileza tan desmedida ; los diálogos de los siete personajes que protagonizan la obra se alargan tanto, están tan adelgazados en la intención, que ésta a veces no se ve de inmediato, sino que otra transparencia posterior de cristal esmerilado o de veladura verbal, abrirá un poco los cendales de niebla de la voluntad de los actores. Sólo al final del tercer acto o libro los hechos hablarán claro.
El caso es, la historia, que una joven señora se va a morir al comenzar la obra, y obliga a prometer (La Promesa) a su joven marido -tan atractivo que gusta a toda la gente- que no se casará cuando ella falte hasta que su hija, recién nacida, muera, si es que muere. Inmediatamente el lector no sólo piensa que esa promesa es tan absurda que no obliga, sino que si el atractivo y rico viudo es tan necio que se toma la promesa en serio, su niña morirá de mala muerte
Se entiende, pues, que la novela sea casi un constante diálogo y que el lugar sea sí, real y seductor, pero brumoso: una lujosa mansión con una salida trasera al jardín, altos árboles, y un puente y un río; a la otra orilla del río, la otra casa
Pedro Antonio Urbina