Impedimenta publica, por primera vez en castellano, una novela con quw la inglesa Penelope Fitzgerald (1916-2000) fue finalista del Booker Prize (premio que obtuvo en 1979 con Offshore).
Fred Fairly es profesor de Física en St. Angelicus, un ficticio college de Cambridge con varios siglos de historia, que no permite la entrada de mujeres dentro de sus muros, por lo que sus miembros deben permanecer solteros. A causa de un extraño accidente en bicicleta, conoce a Daisy, una joven enfermera de la que se enamora. Si sigue los dictados de su corazón perderá su puesto de trabajo. Si guiado por la cabeza, permanece en el Angelicus, se quedará sin la chica, quien por su actuación con un enfermo suicida es bautizada por un periódico local como un ángel de la guarda.
Puede parecer el argumento de una simple novela romántica. Y lo es. Pero solo hasta cierto punto. Bajo un ropaje aparentemente sencillo, Fitzgerald ha escrito una novela con una gran carga intelectual que lejos de disminuir el interés de su lectura, lo aumenta. La autora, como demuestra, es muy hábil para sugerir problemas, pero no proporciona las claves para resolverlos o, al menos, no lo hace de manera explícita.
La acción transcurre a comienzos del siglo XX en la universidad inglesa. El incipiente descubrimiento de Rutherford, profesor de Cambridge, de la estructura interna del átomo en 1911, conduce al modelo atómico del mismo nombre. Los científicos se debaten entre aceptar la existencia de una partícula invisible, que constituye el fundamento de la materia, o negar su realidad por ser inobservable.
Para algunos, entre los que se encuentra el profesor Flowerdew, que es quien contrata a Fred como ayudante, “basar los cálculos en aspectos inobservables –como Dios, como el alma, como el átomo, como las partículas elementales– no era más que una forma de autoconsuelo. Y los científicos no tendrían que dejar llevarse por esos extremos”. Más bien, “deberían admitir el error y retroceder hasta lo que se puede conocer mediante los sentidos. Si no basan sus teorías en hechos demostrables, sus afirmaciones tienen el mismo valor que las simples habladurías”.
Fred sufrirá una crisis de fe llevado por su inicial cientificismo. Su padre es párroco de la Iglesia anglicana, una paradoja muy del gusto de la autora. La fe supondría para Fred un insulto a la inteligencia. “En cuanto algo se describe en su totalidad, ya no alberga el misterio, se convierte en algo ordinario”. Fred se siente liberado de toda idea que no pueda verificarse a partir de la experiencia física. Describe al creyente como “aquel que cree en la gravitación sin peso, en la vida sin materia orgánica, en el pensamiento sin tejido nervioso, en agua que se transforma en vino”.
Sin embargo, el amor que siente por Daisy hace que se tambaleen todas sus convicciones. Puede que no haya causalidad en el universo, pero admite la determinación universal de que Daisy fuese suya. La clase que Fred imparte a sus alumnos en la que les pide que conciban un sistema racional para medir la felicidad humana es sencillamente magistral y un reconocimiento de que hay preguntas que trascienden el ámbito científico y cuyas respuestas nos afectan vitalmente, mucho más que el descubrimiento de la estructura interna de cualquier partícula.
Lo mejor de la novela son los inteligentes diálogos sobre la naturaleza del conocimiento científico y los límites de su método, que constituyen el verdadero tema de la novela. Cómo se puede plantear, de manera interesante, un tema de carácter epistemológico, sirviéndose de una historia de amor, es algo que solo está al alcance de unos pocos escritores del talento y la inteligencia de Fitzgerald.
La puerta de los ángeles es el título de la novela y el nombre de una puerta de origen misterioso en los muros del St. Angelicus. Quizá también una imagen de que hay realidades más allá de la ciencia sobre las que esta no puede decir nada y un guiño acerca de la verdadera identidad de Daisy.