Moisés Naím se convirtió hace unos años en un autor superventas. Fue cuando Mark Zuckerberg montó un club de lectura y escogió para inaugurarlo su ensayo El fin del poder. En aquella obra, Naím analizaba las transformaciones de la autoridad entre las convulsiones sociales, tecnológicas y empresariales de las últimas décadas.
Naím pone ahora la lupa sobre los peligros que se derivan de aquella mutación para las libertades democráticas. Como el poder es tan lábil y precario, quien lo anhela hoy se aferra a él como un avaro a su dinero. Para el ensayista venezolano, ya no se trata de distinguir entre regímenes buenos y malos, porque el autoritarismo, suave y premioso, ha empezado a fluir igual que un veneno por las arterias de las democracias más consolidadas.
Autócratas “3p” los llama: déspotas “populistas” que se sirven de la “posverdad” y alimentan la “polarización”. A todos nos vienen a la cabeza los nombres de esos políticos que manejan los resortes del poder para apoltronarse indefinidamente en los palacios presidenciales.
¿Pero acaso no asaba ya Falaris, en la lejana Agrigento, a sus valientes opositores en un gigantesco y ardiente toro de bronce? Los tiranos de hoy, aunque igual de bárbaros, son más sutiles y, por decirlo así, respetan las “reglas de etiqueta”. Así, no conculcarán la ley: la reformarán arteramente. O evitarán presionar directamente a la magistratura: compondrán una afín adelantando la jubilación de los opositores o alargando la edad en activo de quienes simpatizan con ellos.
Naím apunta cinco frentes, cinco teclas, que como ciudadanos podemos tocar para revertir la situación: enfrentarnos a las mentiras, luchar contra los gobiernos criminales –siguiendo la pista a las redes clientelares–, boicotear las interferencias en las democracias, evitar los monopolios políticos o desmontar los tópicos iliberales. Trabajo no falta.
Aunque se esté de acuerdo con muchas de sus intuiciones, a veces parece que la pasión por la democracia liberal vence a la precisión conceptual en este ensayo que se sitúa en “el lado bueno de la historia”. La cuestión es si este existe; si no hay una escala de grises compleja e irreductible. Naím es miembro de esa especie intelectual que conforman publicistas sesudos y sagaces, a medio camino entre el pensador oracular y el influencer, lo cual no es malo, pero dota sus análisis de cierta provisionalidad –como si la teoría o la filosofía políticas se hicieran a partir de recortes de prensa– y exige leer lo que escribe con ciertas cautelas.